“Luz... Cuando
mis lágrimas te alcancen la función de mis ojos ya no será llorar, sino ver.”
―León Felipe
―León Felipe
Eterno llanto del hombre sin luz, perdido en su propia inmensidad.
Llanto, llanto…
Generador de mares, cuencas insaciables de eternos manantiales,
aportación dolorosa de millones de seres… ¡Y tú Luz! ¿Donde encontrarte?...
Llanto que desborda el alma y ni un rallito, ni un pequeño lamparazo
de esperanza.
Y ese éxodo que dura ya demasiado y ese llanto que de tanto derramar,
el camino de vuelta ha borrado…
Ella sola… no le hace falta
publico, ni otros niños que le acompañen, ya anda acostumbrada, se coge la
nariz con los deditos a modo de pinza, corre desajustadamente hacia el borde de
la piscina y salta. En su imaginación ha sido algo impresionante, a la vista del respetable, el torpe trotar de un potrillo
recién nacido, que en su alocada carrera hacía la vida, salta y se despeña en
esa gran pecera azul zafiro, se hunde en su pureza y saca la cabeza, como si de
las profundidades de la mar resurgiera, después de ver todos sus secretos, todo
el dolor que sus profundidades guarda…
Y hay que seguir llorando, en busca de esa lagrima perfecta, esa que ha
de desfragmentar el espectro de luz y llenar de vivo colores, la senda, el
camino olvidado que no es otro sino el viejo lecho del río primigenio, antes
del verbo y después de la Luz.
Hizo falta carne para contenerla, un cuerpo sólido de imperfecciones,
ese libre albedrío que nos dejo el Creador, el maestro de la Luz, y desde entonces andamos
perdidos, a ciegas, de vez en cuando una débil tela deja adivinar el sendero de
Luz, por un momento vemos, tan breve y tan intenso que después de ido, nos
sentimos huérfanos, solos en nuestra inmensidad.
Habla a la nada, a nadie o eso
cree el observador que a su vez es observado por ella, tranquila señala con el
dedo a ese pájaro imaginario, que en su mente forman los diminutos azulejos que
decoran y circunvalan ese mar particular, lago que se pierde en su memoria, y
habla con ellos o quizás habla consigo misma, y como dice el poeta, con Dios un
día. Y le recrimina y pone en duda su omnipotencia, su sapiencia… y le
recrimina que no ande más entre su obra, y que sea un mero espectador, tumbado
en su celeste sofá, viendo como todas las lagrimas del mundo no consiguen ese
rallo de luz, esa perfección que libera las almas de sus cautivos cuerpos.
Y tenemos ángeles desangelados, vagando sin rumbo, olvidados, parias en
sus tierras, parias en sus casas, parias
del mundo.
Ese mundo egoísta que los
rechaza por que no son perfectos… ¡perfectos!, que gracia me hace, perfección
en base a qué, ¿quién dicta las reglas que la dejaron sola y apartada?, no pide
nada no demanda, tan solo cuando sale del agua un grito, su cara se descompone
durante unos segundos que se vuelven eternos, pero no, ella da un giro y una
sonrisa llena de luz el entorno, delicada sonrisa, pequeños espejos de cristal,
frágiles a punto de estallar, y de sus almendrados ojos que son el mejor verso,
el poema más largo que esconde las andanzas de este devenir continuo, con sus
momentos de gloria y sus ratitos de escandalosa inhumanidad. Inocencia
destilada por sus ojos, su espíritu libre, sin contaminaciones que apenas sustenta, porque el peso de las lágrimas
la doblega, le deforman el rostro, como un gran sol con la cara expandida, como
la luna llena, gorda y oronda, en sus noches blancas.
Luz argenta, en sus noches de fuego, en sus noches de ámbar para luego desaparecer y llevarse la
luz… tinieblas y más tinieblas, Morfeos de insomnios, vagan por la bóveda
celeste, sin carro sin estrella del norte sin sueño, fantasmas de lo imposible,
anhelando materia, atención y caricias, arrullando al silencio. Que el grito
quedo en lo más profundo de la caverna, en la sala de partos de un hospital,
grito desconocido, dolor acumulado preparándose para la vida.
Entre algodones como suele decirse, del mundo húmedo a este seco viejo
y cuarteado, cicatrices de muchas vidas, de historias inconclusas, acunada de
cuentos, viejos cuentos que dicen como debería de ser la vida de maravillosa,
placenta rasgada del mundo en busca de oxigeno, se acabo el liquido que
mantiene la inocencia y ahora tan solo lágrimas, unas de felicidad y la mayoría
de desengaños, de búsqueda.
Loca carrera de miles de seres, de astros que desaparecieron en la
inmensidad del vacío, de esa nada oscura, astros que en su destrucción
alcanzaron la luz, esa que nosotros vemos y a la que nunca llegaremos. Porque
la luz que busca el hombre, esta exenta de polvo de estrellas, es energía pura
y redentora, donde acabar los días, con la última lagrima, la más pura. Escama
de sal petrificada a la espera de ser hidratada para que ese rallo de Luz la
pueda atravesar, lupa improvisada que ha ser faro por donde escapar.
Sale en loca carrera del agua,
un liviano golpe en su mejilla la hace girar y una lagrima inocente, pequeño
brillante que corre por su mejilla, apunto de caer al suelo, graciosamente saca
su lengua y la recoge, la engulle y saborea, sabe que esa lagrima no buscara
luz si cae al suelo hambriento, que la hará desaparecer, que ya nunca podrá
volver a los arroyos ni llegar al mar ha contar el periplo de tan arduo viaje.
Ella lo sabe y por eso la rescata, sonrisa fresca, lagrima de esperanza, la
mano acaricia el pequeño opúsculo que la
mariposa en su vuelo depositó en su mejilla, lagrima que se despeña, recogiendo
en su liquido elemento el polvo de sus alas y la guarda y sonríe. Hoy algo menos inocente, pero con esa
fuerza que lo llena todo, y su risa se expande, sanando a todo aquel que la
recibe, breves momentos de lucidez, de paz y armonía con el todo, que ella se llevara consigo cuando vuelva a casa, con
el tesoro en su interior, con ese rallito de luz que intenta escapar por los
ojos, donde el llanto la detiene para empezar de nuevo.
Mientras el gran arquitecto, enmudeció, el gran payaso, prestidigitador
de tres al cuarto… ahora sabemos que
tampoco tiene luz, que llora en su omnipotencia, lagrimas negras, creadoras de
vacío y oscuridad, lágrimas por el hijo,
el último Prometeo, la última esperanza de luz, que hoy vaga de lágrima en
lágrima, de ojo en ojo de sueño en sueño.
Y grito…
¡Poeta…!
Dame tus versos de luz
El llanto del lactante
La lágrima que se escurre,
La que quieta queda
En la rivera de sus pestañas
Y nubla y no deja ver
Habré la exclusa que la mar rebosa de tanto llanto
y dame el verbo de luz
La palabra justa y sin empaques
La fresca risa de ella que todo
lo sana
Dame la excusa para la lucha
Los arreos para llegar a buen fin
El calamo duerme sobre el papel
A la espera de que despierte la mano que ha de sustentar el trazo
Mientras ella, bosteza, que el
día llega a su fin, come con desgana que el cansancio puede más que el hambre.
Y besa al padre, besa a la madre, sonríe a las estancias, guiña a la polilla
hermana pequeña de la mariposa, cierra
los ojos y besa, pasando la mano sobre los objetos, con los ojos cerrados
protegiendo su pequeña luz.
Regurgitando la lágrima,
saboreando su sal,
Lágrima que lenta, llena de suave
luz su estancia
Se esconde debajo de la sabana
para que nadie la vea,
Para que nadie le robe
Eso tan buscado por el hombre,
Ese rallito de esperanza, ese
atisbo de luz,
En la región de sus sueños…
Epi.