La hiedra niña, se va enredando por los pies,
Despacio a modo de pantalón, tejiendo primorosa
Pierna arriba, hasta cerrar en broche su cintura.
Sobre los hombros, la tupida madreselva, crea laboriosa
Túnica ocre que al caer cubre por igual, pecho y espalda.
Alrededor de los pies
Musgo verde dibujan unos zapatos,
De líquenes sus cordones como jamás se han trenzado
Bajo la vieja silla de nea,
El cantarín paso del arroyuelo…
En sus estrechas márgenes, se mecen las trompetas de los muertos
Por doquier.
Un viejo salmo de blues
Entonan gargantas condenadas
Del hondo Misisipi. Quejidos y ayes
Crisol de razas y ritmos
Recuerdan que esto aun no ha acabado-
Un rostro mira al cielo, sus cuencas como dos celotes
A golpe de rocío llenos
Reverbera la luz turquesa, sobre pulido espejo
Rompiendo su calma el veloz paso de un ave
Moribunda.
Declinando su canto a favor
De simétricas ondas hasta desaparecer en los límites
De menor a mayor, notas inaudibles
Una lagartija entra por un orificio
Asomando tímidamente la cabeza
A la espera de un sol generoso
Que caliente tan inusual morada
Dos calas marmóreas, cargadas de polen
Oro que hay que libar
Pues a su pesar la vida sigue
E insiste por triunfar una vez más
Sobre la ausencia de vacío
El marfil se tambalea, dejando al desprenderse
Negros cráteres, que otrora, fueron sustento de la risa
Labios que besaban las palabras…
Han sido devorados
La vida y la muerte
Muerte y vida, simbiosis perfecta
La una en destrucción, se viste de podredumbre
Reclamando la oscuridad y el olvido.
La otra sobre esa podredumbre, germinando
Estirando un tallo de esperanza
Reclama su luz,
Alzándose victoriosa una vez más
Epi o el Buhonero