De la vieja acequia transita un hilo de
esperanza, clara como la mañana entre murmullos de la floresta y cantos
vespertinos. Por la puerta de Ninguna Parte, cada tarde se sienta, bajo su arco
mudéjar recuerdo de viejas glorias y tiempos mejores, saca del bolsillo su
cuartillo de tabaco el papel de liar, mientras tararea una vieja coplilla que
no dice nada pero entretiene su quehacer. Lenta se llena la cuesta del gato,
caras cansadas con los restos aun de la noche, saludan a Samuel con un leve
movimiento de cabeza o con un simple y arrastrado, con dios y buen día.
Impaciente espera el bullicio de los
niños camino de la escuela, en carreras precipitadas pasan y se paran junto a
él
- ¡dame una caramelo Samuel!, corre que
llega mi madre y Samuel se sonríe mientras del bolsillo de su chaqueta saca un
puñadito de anisados, unas raíces bien
cortadas de paloduz y sobre la palma de su mano deja que el niño elija
-uno,
le dice suavemente, que aún falta por pasar la niña de mis ojos y sus
dos amiguitas y el niño que si, que vale, pero en un decir Jesús, arrambla con un anís
y una raíz da paloduz y se aleja
corriendo entre risas, y hace burla a Samuel que ríe, siempre la misma broma.
Rosa se acerca camino del mercado sus
desconchadas paredes aún conservan parte de lo que otrora fuese el zoco antiguo,
donde se practicaba más el trueque que la venta, donde ponerse al día en los
casos más sonados del pueblo, vara inconstante de medir, donde cotorras y
cotorros, desgranan con parsimonia y algo de mala leche aderezado con la
envidia, lo bueno y malo de cada vecino, los partos las preñadas involuntarias,
quien esta de novio y quien vestirá santos esta primavera y si a fulanito lo
buscan los civiles.
El calorcito que el sol aporta, invitan
a Samuel que entre leves cabezadas se deja llevar por ese momento placentero
que enlaza la realidad con ese otro mundo de la memoria, viajando al pasado,
donde la vida corre pareja, las cosas de hoy con las vivencias de ayer, le
viene a la memoria los aburridos discursos de las milicias, sobre los héroes ¿y que es un héroe?
Demasiado dolor, demasiada barbarie, con
que triunfalismo intentan vendernos el honor el sacrificio a cambio de una
nueva sociedad más justa, y Samuel se mantiene en su razón, sigue pensando que
no vale la pena, porque las ideas cuando las respalda la guadaña, dejan de ser
defendibles pasando a ser sentencias de
muerte, ausencia de voces perdidas entre los gritos del bardo, que no recita,
porque se ha convertido en profeta mesiánico, y su arenga incita a la
desolación, entre coros de cantos heroicos, vacíos de contenido, hermosas frases
para oídos despistados, que lentos hacen su trabajo vertiendo ponzoña y
envenenando las mentes de gentes que vienen de no tener nada, de ser la última
escoria que habitara las viejas chozas, donde las enfermedades y la muerte se
dan cita con la nueva vida que llega, y ya lo hace gritando entre mocos y
babas, succionando la nada de un pecho marchito, donde el hambre ha hecho mella
y una vejez temprana delatan el duro subsistir en tan tremendas condiciones. Tanta
inequidad, tanta sangre por una quimera, que ralla en lo absurdo, cuando de
antiguo es sabido, “que la mejor batalla es la que no llega nunca a entablarse”.
Demasiada anarquía en las ideas, demasiadas cabezas pensantes, sin la más mínima
intención de acercar posturas. Trabucando las mentes más simples y menos
instruidas, incitándolas a saltar al vacío, abrazar a Marte y acto seguido
tirarse a los caminos y encrucijadas, con aire marcial, dando el alto y el tiro
por la espalda, si no te alistas, abriendo heridas cobrándose viejas rencillas
y usurpando propiedades.
Oscuro deseo de una guerra, a la altura
de sus contrincantes. ¿Quien será el mensajero de los dioses que tanta
desgracia proclame? ¡Quién consolara a esos padres ancianos! que ya no pondrán
engendrar futuro, porque su presente callo en un trinchera, en cualquier
cuneta. Quién en su sano juicio, con aire triunfal aguantará el tipo, mirara de
frente a esos padres y sin que la cara se le llene de vergüenza intentará
decirles que fue un héroe en acto de servicio y que no ha caído en vano. ¡OMM…!
difícil tarea, ingrato correo que ahoga su hipocresía en vino, vino que nubla y enrarece el juicio,
vapores de éter que deforman la realidad en un vano intento, por no caer en la
locura.
Los señores de la guerra ventean el
horizonte, sobre sus carros de acero y destrucción. Y Samuel se siente desfallecer, no quiere caer
en esa vorágine, no encuentra razones para
ir a batallar, en nombre de otros con los intereses de otros, nunca los
suyos ni del resto de la gente humilde. Años difíciles, de locura colectiva, la sinrazón invade el país de una
punta a la otra, panfleto sobre panfleto como un collag de imágenes
superpuestas, caballeros fornidos de aire marcial, rostros azules los unos
rojos los otros, mismas consignas ¡La patria te necesita! coge las armas y defiéndela.
Como siempre y como en cualquier guerra, ninguna consigna llamando a la
cordura. De sobra sabe él, que los intereses de ellos no coinciden con las ideas
que promueven entre las gentes, juglares a las ordenes del poder establecido,
ventilan la excelencias de estar en uno u otro bando, vendiendo como salvadores
los unos contra las posturas irreconciliables de los diablos rojos. Y quien se
decide por una u otra razón, como si
matar fuera la única solución a los problemas sociales que habían levantado a
la masa. Y esa masa descontrolada, armada deliberadamente, como sería habitual
en estos años oscuros, entregados al saqueo y el pillaje, instalados en su
tozudez.
Arrestan al cobarde, le tapan la boca
para que no hable, juicio sumarísimo por la vía rápida, sin representantes que
en tiempos revueltos, se desatan los más bajos instintos. Y checa o paseíllo,
da igual el nombre que le quieran dar. En su alocada lógica lo asesinaran para
escarmiento y aviso de futuros desertores, objetores de conciencia y
pensadores. Esto es una guerra y no se mueve ni dios. Pues hasta el mismísimo Dios,
sentado en tan alejado trono, observa en silencio mientras piensa donde radica
el fallo de su creación más perfecta, la más amada. Si cuando sopló el barro
entre sus manos le insuflo la vida, con todas sus ventajas, en que momento se
instalo la sin razón en el corazón de los hombres, esa brutalidad sanguinaria;
de nada le sirvió mandar a su hijo, ya sabía él que todo sería tergiversado.
Para huir del dolor, del odio y el
abandono nada mejor que una capa de indeferencia, desde pequeño lo sabía, no es
que fuera un duro, al que todo lo referente a sentimientos le resbalaba, había
aprendido a distanciarse de aquellos que le producían esa sensación de dolor.
Dejaba de quererles, si es que ese sentimiento había anidado en su interior
alguna sola vez. Rápido es el aprendizaje, como rápido es el alejamiento necesario
para observarlos desde otra óptica e intentar comprender que pasa por sus
cabezas, sintiendo nauseas por tanta mezquindad.
Tan poca cosa, ahondaba en sus miserias
intentando encontrar un atisbo de luz un
nexo, algo de esperanza que justificara esa actitud. Alejándose tanto de ellos
hasta que el odio desaparecía de su corazón.
esta forma de ser y pensar, habían echo
de él un ser especial, amable con los más pequeños y respetuoso con el resto,
mientras ellos no invadieran su intimidad, mientras no se empeñaran en cambiar
su forma de ver las cosas.
una densa niebla empezaba a subir de la
acequia, envolviendo todo en una luz lechosa, cuando el sol volvió a recuperar
su espacio, en el banco que esta debajo de la puerta de Ninguna Parte,
tan solo queda un librillo de papel, un cuartillo de tabaco escaso y un
sombrero junto a unos cuantos anisados y un par de raíces de paloduz.
Samuel
había desaparecido a la par de la niebla, como el humo del cigarro se había
disipado. Nadie en el pueblo supo más de él y según cuenta Rosa, Samuel era el
último ser de luz, el último superviviente de una era por desgracia caduca. Ya en el horizonte se divisa, en ese atardecer
que parece quemar el azul cielo, tornasolando la calma que precede a la tempestad en la que estan condenados los
hombres…
Del
libro I de Lapuente, enero de 1945 “Samuel”
Epi