El
problema surgió cuando dejaron de amarse y pasaron a eso que llaman querer,
dejaron de un lado la pasión, la frescura de sus actos, en otros tiempos no muy
lejanos eran respetados y por ello siguieron adelante, pero dejaron de amar
libremente y se instalo el querer, el deseo de cambiar ella en él lo que no le
gustaba y él empezó a querer irse, ha dejarla nuevamente en el camino, pues la
perfección que buscaba en él, no existe, cuando él con respecto a ella, se
conformaba, la amaba tal como era en el principio, ¿pero quien dijo miedo,
quien les dijo que la vida les haría tal jugarreta?, seguir los fallidos moldes
de lo establecido, sin salirse ni un ápice del tiesto y ahora instalados en la queja.
-Tarde,
¿no crees?...
No
hay segundas partes buenas y si separaciones que oxigenan, segundas
oportunidades pero con amores diferentes, sin vicios ni manías, sin rencores,
todos merecemos esa segunda oportunidad y dejar lo que fuimos dentro de
nuestros corazones, no escrito pero si enterrado en lo más hondo de ellos, como
almacén de experiencias que no deseamos repetir, pero no todo ha sido un
calvario, no seriamos justos el uno con el otro.
Saltamos al vacío sin paracaídas, sin red que nos evitara el frío impacto,
inmortales de por vida, tarea difícil
pues lo único inmortal es la muerte, antesala del vacío y la calma infinita. Ya
que el mundo nace con cada uno de nosotros y como toda vida que se precie, ha
de ser breve algo loca y desordenada. Con el regusto de haber sido niños,
adolescentes con gatos en el estomago, con locuras inusitadas y con entrega
desinteresada. Esperando la mañana cuando todo eran promesas, cuando el sol
saliera o no ese día, no importaba por que uno era la luz del otro, la excusa
para seguir en este mundo de cortapisas y normas absurdas, de creencias
vetustas, demasiado encorsetado.
Y
paso lo que tenia que pasar, entre dimes y diretes, en quedadas nocturnas a pie
de playa, el sexo a flor de piel, en los lugares más inhóspitos, no importaba
nada. Luego vino la tradición y las buenas costumbres, ese vivir en pecado (ni
que la vida en si, fuera un penar), el maldito contrato de los bienes
terrenales, la fuerza de la costumbre y la rutina de unas caricias frías, más
por habito que por pasión un beso al aire, un abrazo que más confirmaba el echo
físico de su existencia que el deseo reconfortante de una promesa aplazada. La
buena educación los fue domando, enfriando los sentimientos, embotando los
sentidos, zombis de una historia que murió hace tiempo.
Hoy
la fuerza del roce de los años buenos y malos vividos es lo que les queda de
referencia, uno sentado frente al otro con la mirada acuosa, mera
supervivencia. Creer que has estado con la memoria del pasado intacta,
atropellada la mayoría de las veces por esa fría realidad, apartados como
juguetes viejos en la esquina del gran salón. Una lagrima que de vez en cuando
se alterna en el ojo de uno y salta al del otro, pues hasta en el llanto reparador
se han vuelto avariciosos esperando a la parca.
El
último y gran salto liberador, la última muestra de afecto y un pedir perdón
que ya ni consuela al que se va pero deja relajado al que se queda, pensando
que todo esta ya en orden. Cada sentimiento en su sitio y un resquemor en el
corazón por esa última traición y no haber cedido ese acto al que queda.
Pero
la vida y esto es en positivo, el tiempo que todo lo cura y hace que veamos las
cosas en la distancia con la objetividad que requiere ese momento que llega a
ser mágico. Quiso que esa mañana se encontraran estos dos extraños solos frente
a frente en el gran salón. Él arrastro su silla hasta donde se encontraba ella,
tomo sus manos y las beso con la ternura que le quedaba, acariciando su mejilla
atusando el cabello aun rebelde de ese color rojizo que aun entre campos
blancos luchaba por sobresalir. Miro sus ojos cansados de un azul viejo como el
mar y una palabra salio de su boca como un susurro, vieja letanía que tiempo ha
que no escuchaba y ella con voz débil le pidió repetirla una y mil veces… Amor,
amor, amor
Él
pidió tiempo, quería estar hasta el final retener su mano limpiar el perlado
sudor de su frente, socorrerla en las lagunas de su memoria y le hablo de amor
de los días dorados dando saltos de funámbulo para no caer en la queja y no
saber quien puso más sin simplezas como estas sin rencores con el alma
tranquila. Entre lagrimas la dejo partir con el corazón sanado, por un momento
breve pero intenso volvieron a ser ese par de adolescentes enamorados donde
todo estaba bien y el ojo solo ve virtudes en los defectos, sin ganas de
cambiar. Un último beso, llamo a los celadores y volvió a sentarse en su silla,
ahora en soledad aparente pero con el corazón rebosante de sensaciones
renovadas. Mirando a través del ventanal como el día claudicaba mientras una
sonrisa infantil brotaba en su rostro enjuto y mirando a ninguna parte le dijo
a ese alguien que nadie podía ver
-Ya
es la hora y estoy en paz con todo, cuando quieras taimada amiga iniciamos el
viaje final.
Ya
no hay ataduras y su alma a la deriva tan solo quiere encontrarse con ella.
Allá
donde reina el amor y la vida no pesa, donde quiera que este su único anhelo…
Del libro I de Lapuente, invierno de 1970 "La deriva"
Epi