Dicen que cuando ella
levanto la mirada por encima de las gafas, coincidió con la mirada de él y por decir, dicen que al
él se le desprendió el alma. Ella aguanto el envite de la suya y desaparecieron
los ruidos molestos, quedando un balbucear de él y un silencio, delicioso
silencio que remarcaba su semblante sonriente, de esas sonrisas encubiertas,
dirigidas a alguien en especial y que no desea que otros se percaten, miradas
que hablaban por si solas, de esas miradas cómplices, contenidas, que luchaban por
dar permiso a la boca, por rozar las manos distraídamente, con un perdona y un
no pasa nada que quema en la piel.. Ese detalle les dejo como siempre, en un
volverse por si coincidían nuevamente sus miradas, por si se pillaban
deliciosamente desprevenidas.
Esa mañana, coincidieron
en planos diferentes, el la observaba, no se encontraba muy bien, algo osco,
estaba enfermo pero no quiso pedir consejo y se marcho al trabajo en ese estado
de soñolencia que dan algunos procesos virales, no se medicaba por norma,
siempre había tenido algo de contra corriente, no comulgaba mucho con ese
sistema de atiborrarse a pastillas o jarabes, por cualquier nimiedad, pensaba
que el uso continuado inmunizaba el cuerpo y cuando de verdad le hicieran
falta, no iban a responder como debiera.
Ella en su esquina
habitual con sus compañeros, reían y hablaban desordenadamente mientras
esperaban a que sirvieran sus desayunos, de vez en cuando, levantaba la mirada
donde se suponía que lo encontraría a él, como todas las mañanas, que la
miraría a hurtadillas y ese agradable calorcillo le subiría hasta sonrojarle
los pómulos y la obligaría coquetamente a desviar la mirada para luego cebarse,
llenarse de él o al menos de los deseos que en su interior albergaba.
Pero no vio a nadie, y
nadie, la miraba insistentemente, como si verdaderamente no hubiera nadie, ella
se posiciono en el lugar habitual donde el solía estar, y sintió, su presencia,
como una brisa constante de aire caliente que la rodeaba, como después de un abrazo le queda el regusto y la
calidez, añoraba que no estuviese.
Mientras. nadie, desde
ese mundo paralelo hacía lo imposible por hablar, hacerse el encontradizo o
tropezar con ella y empezar a romper ese silencio guiado por las miradas
veladas, casi por azar si no fuese por la insistencia de ambos, por ese hambre
de guardar hasta mañana los contornos los gestos y la risa.
Tenerla tan cerca y no
poder tocarla, no poder saludar, al igual que su presencia le llenaba de gozo,
lo hacía caer en ese abismo donde por un rato si puede imaginar, que se
conocen, que él sabe el nombre de ella y viceversa.
Pero es lo que tienen los
mundos paralelos, el multiverso del que hablan los científicos. Donde si haces
algo en este supuesto mundo, en otro similar no harás nada o lo contrario, y así
sucesivamente.
Ya le gustaría a él
coincidir en el mismo universo, en el mismo instante real y tangible, y no marchar cada día como un Quijote, que
entre espada y adarga solo ambiciona tener a Dulcinea, pero sabe él que es un
engaño, que su Dulcinea tan solo es una idea, ese amor platónico que es la
misma idea en sí, ese dejarla vivir su mundo, con sus gentes, sus amigos sus
problemas y sus ratos de felicidad. Encumbrándola a lo más alto, para volver a
su sencillez y nuevamente crearla, tantas veces como pudiera. Consciente de que
amaba un sueño irrealizable, consciente al fin de esa deliciosa quimera, que le
obligaba día tras día a acudir a esa cita sin previo aviso, por ver si esta vez
la encontraba algo difuminada o tan real que quedaba extasiado por poder
recibir en el rostro el suave aliento de ella, los mohines o la sobreactuación
con sus amigos, pero dedicado a él que la estaría mirando a hurtadillas, o eso
suponía ella.
Tan complicado a veces
esto que llaman amor, que la vida se les pasaba de largo, no había estaciones
donde esperar o remolonear para subirse al próximo tren, y compartir el
trayecto hasta desaparecer en esa cortina de humo que entretejen los sueños y
el deseo.
Una vez clara su
situación, sabedor de que nunca llegaría a tocar ni una hebra de su jersey, ni
que por azar su mano se posaría sobre su pelo y que por más que se gritaran,
nunca se llegarían a escuchar, la convirtió en su musa, y cada vez que su
corazón declamaba su presencia, brotaba de su pluma un verso pensado para ella,
con la intención de que las palabras si pudieran viajar junto con el
pensamiento por esos mundos paralelos hasta encontrarla a ella. Versos que si
le llegaban, ella sintiera que estaban dedicados a su persona, a su amor imposible a su sueño, a
ese holograma que de vez en cuando veía pero al que nunca sin saber porque,
llegaría a alcanzar…
Epi