Perdidos en la duda, en la ignorancia
de nuestro nacimiento, a merced de ese banco de experimentos que es la
naturaleza, en un empeño constante por mejorar y perfeccionar cada ser vivo
cada piedra o elemento. Parece no conformarse nunca y cuando alguna de sus
creaciones nace perfecta, la misma naturaleza, se rebela contra sí misma…
Enzo, palito en mano como vara de
zahorí que buscase agua, esgrime interminables páginas de letras, sin ton ni
son, de miles de palabras sin sentido. Enzo se escapa por la tangente de la
orilla de ese mar inmenso, de rodillas sobre la orilla del mar, en la arena a
modo de libreta, el mar en cada envite pasa las hojas imaginarias que la arena
ofrece generosamente a Enzo.
Ajeno al sol, al agua y a la comida,
recogerlo en brazos y dejar que patalee hasta que se acostumbra y hay que
sacarlo de la misma forma, pues Enzo no tiene limites, ajeno a todo sigue
escribiendo en el aire, pizarra imaginada que admite todas las palabras y parece
no tener fin, le encanta a Enzo sobre manera, saber que lo que cuelga en el
viento, no ocupa lugar y que este tal como, Enzo las escribe se las lleva a
otro rincón del mundo, así son los mensajes que Enzo plasma, como lo son sus
temores de que alguien las vea, él le habla a los elementos que díscolos viajan
de un sitio a otro, dejando una sensación de vacío y de agotamiento en Enzo,
con la felicidad pintada en el rostro. Niño perdido que no quiso crecer, no por
decisión propia, fue la vida que le toco en suerte, experimento de la
naturaleza en su constante búsqueda de perfección. Enzo grita en silencio,
habla en silencio, sueña en silencio y mira como si no viera al resto de niños
perdidos que habitan su mundo personal y sonríe. Luego cansado como cualquier
niño, deja que el sueño entable batalla con las pocas ganas que tiene Enzo para
dejar su frenética tarea, esa de dibujar
letras en cualquier parte, comunicando a quien sepa descifrar este criptograma
sin principio ni fin. Una moneda por cada letra una moneda por cada palabra y
no te digo nada si es por una frase con algún sentido, que el torpe traducir de
los expertos no lleva a buen fin, mientras Enzo queda al fin dormido en su
particular mundo de Nunca Jamás…
Y como el escultor, golpea con su
martillo su obra, pidiéndole que hable, creando así un poco de imperfección, que
le deja vacío de todo, para nuevamente comenzar otra obra que le satisfaga
tanto, volviendo a buscar esa perfección que le es negada.
Campanilla no vino al fin, se quedo relegada en el sueño de
Enzo, felizmente atrapada, pues campanilla no habla. Son sus transparentes alas
las que dicen algo, las que dibujan signos y a Enzo le encanta pues piensa que
son iguales, aunque el no pueda volar y le pide en el sueño que esparza el
polvo dorado sobre su pizarra de aire, viendo por un instante como sus trazos
cobran sentido, con esa luz dorada de polvo amarillo. Y campanilla sobre su hombro, leen juntos y ríen,
hasta que la vida lo arranca bruscamente del sueño y es cuando Enzo vuelve a
cerrarse, a negarse a compartir con ese otro mundo real todo lo que ha
aprendido.
Como el interruptor de la luz que a
capricho es accionado… momentos dolorosos de luz y conocimiento, momentos
felices oníricos por donde escapar y ser feliz….
Así es como la naturaleza se rebela
contra si misma, poniendo un nuevo reto a sus creaciones, revelándose contra su
perfección y poniéndose en el lugar más difícil. A sabiendas que el problema de
la perfección es su propia perfección, creando de esta manera seres
imperfectos, preparados para el mundo pero no para los de su especie, que no
saben como atajar estas diferencias.
Sueña, ¡no se lo cree! se pellizca el
brazo, un tornado de ausencias la llevo lejos, donde el mal no alcanza, lejos
donde la incomprensión no existe pues todo es creado sobre la marcha, al ritmo anárquico
de su pensamiento, luceros y arco iris, personajes salidos de la realidad que
rellenan su mundo de fantasía, cualquier forma se asemeja a un personaje a un
animal fantástico, eterna sonrisa que empaña el rocío de sus lagrimas que no
sabe por que lloran esas ventanas que luego dejaran pasar la luz, desde su
interior hacía el exterior, por que es ella la que guarda esa luz, ese entendimiento
particular que sobre las cosas y la vida tiene para ella, a su manera interactúa
con el resto de personas, de niños sin hacer distinción porque en su mente no
existe el valor de uno más que otro, todos a simple vista parecen buenos. Se
despierta de su corta siesta y llama por si alguien esta a su lado o cerca de
ella, se despierta con hambre de abrazos, con sed de sonrisas y de que le digan
guapa, canta a grito pelado una canción popular que ella cambia la letra por
“na,na,naa” y lalilo, lalilo, que ya vendrá la letra cuando se acuerde,
mientras baila dando vueltas, con un Toto imaginario, negro como la noche, con
el hociquillo siempre húmedo, lo achucha entre sus brazos para sentirse
protegida y Toto lame contento las mejillas de Valentina. Corre Valentina,
feliz no hay escuela, ni normas que le obliguen, corre y juega con los niños.
estos paran y ella inagotable sigue, y ríe y grita, pero no de dolor que las
emociones cuando son sinceras también emiten ese sonido de gozo, que un mundo
como el nuestro, interpreta erróneamente como dolor y ya saben que el dolor es
visible, no tiene lagrimas limpias, brota de la oscuridad de la incomprensión y
Valentina huye inconscientemente de esa oscuridad hacía la luz, abrazándose a
sus quereres a sus sueños y a sus juegos… envuelta en la toalla, recogida sobre
el regazo de su padre ella, descansa hasta que el sueño la retiene y una sonrisa
se dibuja en su dormido rostro, mientras una porción de luz resbala de sus ojos
cerrados, pues es el diezmo de amor que da a cambio de abrazos y comprensión…
Esto comentaba la mar al Buhonero,
mientras echaba la red y recogía historias incompletas y que como tal, pensaba respetar.
Sentada a su lado se encontraba Manuela, tendría unos trece años, una titirita en la nariz, por la que no pregunto el Buhonero, que algunas cosas es mejor dejarlas como están, o que sean sus protagonistas los que liberen su pesar...
Sentada a su lado se encontraba Manuela, tendría unos trece años, una titirita en la nariz, por la que no pregunto el Buhonero, que algunas cosas es mejor dejarlas como están, o que sean sus protagonistas los que liberen su pesar...
Y unas ganas locas de
volver al interior de los bosques, donde antaño se refugiara su gente.
Ese otro mar de verdes campos, de
cosechas extensas, de mil colores y aromas, ese conjunto de perfección que por
separado no dice nada.
Es lo que tiene la perfección, cuando
es respetada y aceptada, cuando los fallos se contabilizan como aciertos y los
aciertos como pruebas de superación…
Resbaló golpeándose el entrecejo, ahí
donde empieza esa recta que se bifurca en dos pequeños túneles, agujeritos negros
por donde inspira vida fresca, desechando el viciado elemento, en el interior
de sus manos para así combatir el frío que le llega sin saber por que, que el
día es caluroso pero cada vez que marcha sin querer, a la vuelta se encuentra
cansada, desangelada, con ganas de acurrucarse y dormir, en la quietud de la
brisa que se filtra por los agujerillos de la persiana. Cascada loca de
amapolas por el rostro desciende, hasta confundirse con la ultima ola de mar, la
espuma que esta deja apresa los pétalos rojos convirtiéndolos en pequeñas
burbujas de color y todas juntas en retirada son como esas bolas que cuando las
mueves parece que esta nevando, pero en este caso es como una fiesta floral de
un solo color rojo e intenso. Cae por el hueco del árbol, ya no sabe si sueña o
esta despierta, un conejo, un reloj, un gato que flota y un sombrerero simpático
y algo loco le hace una reverencia y los números invaden su mundo, dando
explicación a cualquier evento que se pueda enumerar, en fin todo son números
en su cabecita. Sonrisa de pan dulce, cara redonda, ojitos de niña buena, de
niña espabilada y lista, que a fuerza de vivir ya se ha acostumbrado a estar y
no estar, a ser y no ser, con el consuelo
de estar acompañada siempre… siempre que cae en ese sueño convulso del que
nunca recuerda nada. Alicia involuntaria, presta a dar su hilo dorado que
cuelga del bajo del vestido, a la espera siempre de su Teseo que la libere, rescatándola
del laberinto de sus ausencias. Ariadna eterna…
Epi