jueves, 31 de julio de 2014

Cuando…





Cuando las deudas queden saldadas
Cuando la vergüenza que nos impusieron
Quede atrás
Cuando podamos mirarnos de frente sin tener que bajar la mirada
Cuando salir a la calle no signifique gritar
Correr con miedo
Saber si andar con los amigos es algo normal
Y no una provocación
Para dar carta blanca a los perros del Cerbero
                                   *
Cuando devolvamos la dignidad
Esa que año a año hemos ido menoscabando
Cuando podamos pedirte perdón
Cuando tú, tranquila y sin prisas vuelvas a confiar
                                   *
Hasta entonces…
Deja que curemos tu cuerpo lacerado
Será difícil recuperar tu alma hecha jirones
Difícil que vuelvas a creer en nosotros
Difícil decir tu nombre sin sentir vergüenza

                                   *          *
Convertimos nuestra casa en un erial
Baile de mascaras y entre todas una resalta
¡Famélica cara de niño, que no tubo culpa de nada!
Mientras, los grandes siguen en su alocada carrera de bulimia
Bulimia insaciable al poder
Bulimia destructiva, asoladora
Guerra de tierra quemada
Mientras el débil sigue sin rumbo fijo, ciego e indefenso
Gritándole a Dios, Gritando a los Dioses,
Como el más loco de los locos
Descalzo y en harapos

                                   *          *
Cuando…
Los dioses, hace tiempo que abandonaron, cobardes chapuceros
Preguntándose  ¿donde esta el fallo de su obra?
Escabulléndose  como ladrones en la noche

                                   *          *

Mundo de hombres a la deriva
Millares de cuchillas desgarran la vida
Saltos de libertad

                                   *          *
Sangre roja, sobre negra esperanza
Ojos de júbilo, ya no tendrán que temer a sus anfitriones
Ahora tan solo la incertidumbre y un ancho mundo para correr
Donde cada vez es más difícil moverse

                                   *          *



Con los pies juntos en esta gran balsa,
Como niños curiosos miran por encima de las fronteras,  
¿Dónde los paraísos perdidos?
¿Donde el Edén?
¿Donde esa tierra de leche y miel?

                                   *          *          *

La justicia yace herida en una esquina amordazada
A fuerza de golpes doblegada
A la venta de favores, se entregan al mejor postor
No hay juramentos que respetar, conciencias anuladas
Dependientes y partidistas, sin orgullo, sin reacción

                                   *          *          *
Las libertadas violentadas,
Hoy tan solo flores muertas en los arroyos
Por donde baja el olvido

                                   *          *          *

Nadie para ni se mira
Tan fuerte es la sensación de haber perdido
Que hemos olvidado como luchar
Rodilla rota en tierra

                                   *          *          *

Sin reino por el que pelear,
Esperanzas truncadas, noches vacías
Sin sueños de futuro
Perdida la razón ahora reina la incertidumbre

                                   *          *          *

La soberbia y la ignorancia campean con la cabeza alta
Mientras las sotanas bendicen,
A cada golpe de agua bendita ven crecer su boyante obra
En nombre de esa Santa Inequidad,
Arrastrando por mercados el nombre en vano del que dicen representar
Amándose a sí mismos sobre todas las cosas, sobre todas las formas de vida

                                   *          *          *

De tanto cohabitar con el Ángel Caído
Olvidaron los preceptos
Que la caridad empieza por ellos y termina en la punta de sus hábitos
De tanto promulgar la gran mentira por plazas y mercados,
En opulentas mesas, en fríos palacios, al final ha calado ¡Dios existe!

                                   *          *          *
¡Sí! existe…
Si me cuentas, ¡existe!
Si me favoreces, ¡existe!
Si me das mi sitio, ¡existe!
¡Que yo te doy la gracia plena,
La divina, en nombre  de en vano!

                                   *          *          *

Si tú me otorgas el reino.
Reino Sobre esta piedra,
Piedra angular,
Piedra primigenia
Piedra que encierra la verdad,
Verdad mutilada
Verdad que en nuestras sacrosantas manos
Harán más llevaderos, los designios de los impíos y poderosos

Falacias entretejidas…

                                   *          *          *          *

Cuando consigamos separar el trigo de la paja
Cuando podamos retirar nuestro futuro
Empeñado por ellos en el Monte de Piedad
Cuando volvamos a caminar erguidos
Cuando en cada plaza en cada esquina queden gravados
Nuestros desatinos, para no olvidar, para no repetir
Cuando decir tú nombre según el estado de ánimo no sea
Perder la libertad con la que llegamos.

                                   *          *          *          *

Entonces y solo entonces,
Con la mirada clara, el alma en paz
Restituidos la razón, las letras, las libertades,
El respeto por todos y por todo
Cuando un halito de orgullo hinche nuestros pechos por gritar
Tu nombre…
Entonces y solo entonces, estaremos en paz
                                                                             Epi



lunes, 28 de julio de 2014

¡Y después el adios...!



E Pois de Adeus
Señor troncoso pergamino en la piel.
En la memoria corta de las hojas escribí mi historia
De primavera a otoño, en el invierno de la vida
Miradas perdidas huérfanas sin definición
                            *
¡Quien da más que ya no escucho!
Aliento de brisa, insuficiente para modular palabras
A solas con mi pasado desempolvando los buenos momentos
Haciendo leña de traiciones pasadas
Sin reproches, sin disculpas que lo hecho ya no mueve molino
                            *
¡Insatisfecho impenitente!
Por más que abarcara
Siempre un deseo, pensamiento secreto sin cumplir
Esperanza truncada
                            *
Rey destronado
Ley de vida, ahora que estoy preparado
Me traiciona el deseo de no haberte recorrido
No estrechar tu talle, a tu lado no haber dormido
Desandar los caminos empezar otra vez
Con la inocencia intacta
                            *
Conocerte por primera vez y susurrar a las flores tu nombre
Al viento mis intenciones, en las risas mezclado tu amor.
Pedirle al agua que corre por los campos
La sal de tus lágrimas en mi puerta deje,
Que yo sabré ensartar en finas cuentas
                            *
Rosa de los vientos
Mi norte en la cordura,
En la ausencia de tus ojos mi locura
                            *
Por no llegar a tiempo, por no tener tu mano en la mía
Por que esa mañana, traía tu calido beso
¡Y no me levanté!
Como pájaro que pasa… pasó y no volverá
                            *
¡Y después del adiós!
Solo me queda soñarte
¿Quien nacer de nuevo pudiera? para llegar a tiempo,
Antes que nadie, así rodearte y amarte…
                            *
Pero la vida es e lo que es
¡Y no hay solución!
Flor que ayer no corte, como ella un millón
Mis cansados ojos no la encuentran
¡En otro tálamo su belleza y olor…!
                            *
En esta caverna que es mi corazón
Tan solo abandono y desolación…

                                                                  Epi

jueves, 24 de julio de 2014

" Rua do Século..."



Apareció un buen día por el Barrio Alto, deambulando por las callejuelas del Chiado, donde comercios y viejos cafés son invadidos por esos nuevos cruzados llamados turistas. Con una sonrisa en el rostro, la mirada limpia y un amor por las gentes hasta entonces desconocido. Marco era un muchacho que volvía a sus raíces, a su casa a sus gentes de las que se aparto el día que María da Silva se fue apagando despacio, a la cabecera de su cama permaneció hasta que el último aliento en forma de beso salio de su boca. Marco desconsolado huyó después de las exequias y Marco con su última sonrisa la despidió, abandonando su casa, a sus vecinos y a los pocos que de verdad habían amado a María da Silva.

María da Silva fue durante mucho tiempo el alma alegre y desinteresada de la Rua do Século, nunca había tenido una mala palabra, para con sus vecinos. Soñadora, enamorada del día, de ese sol que iluminaba cada mañana ese pequeño mundo en el que se desenvolvía día a día.
Un día apareció por el barrio un joven italiano y María se enamoro de él como nunca pensara que se podía cegar tanto hasta anularse y ver la vida bajo otros ojos. Lo primero que la enamoro fue su amor a la opera, aún recuerda cuando lo vio por primera vez, más bien se podría decir cuando lo escucho, tarareaba el preludio de una vieja opera de Giuseppe Verdi, exactamente el preludio de la Traviata, se entero ella más tarde, cuando un día en casa de una vieja amiga que en otro tiempo cantara en las más famosas operas del mundo y que ahora vivía apartada y olvidada en una pequeña casa a dos aguas casi a la entrada del Século, le contara por encima el drama de esta opera, luego en más de una ocasión cuando María se acercaba por casa de esta antigua soprano, esta preparaba un café de esos pequeñitos, casi un dedal pero riquísimo y juntas escuchaban en un viejo tocadiscos la opera y a María da Silva se le saltaban las lagrimas cuando a dos voces la Traviata soltaba en esa lengua extraña sus cuitas de amor y abandonó, a la par que su amado se dolía y le refería las suyas o al menos así le gustaba a ella que fuese, pues al no entender la lengua, ella misma junto con la historia que le contara su vieja amiga la soprano, ella componía la historia de esta mujer que languidecía a golpe de violines y otros instrumentos, su sonora y dulce agonía hasta morir en la obra. Que maría en sus ensoñaciones no permitía que desapareciera tan pronto.

Se identificaba en parte con ella.  Marcello que así se llamaba el italiano tenía dos amores, uno era María da Silva y el otro que le iba minando la vida era el vino de Oporto, entre el vino y el poco comer, se fue perdiendo. Nunca tuvo una mala palabra, ni un amago violento con María da Silva, pero sabía que María los días que él estaba con su otro amor, ese que le enajenaba y le hacía pedir colmado por colmado, bar por bar una copa de ese néctar ¡que el hubiera querido que fuera italiano!
Hacían que María con la tristeza del que sabe que esta condenado a no ser feliz plenamente, se refugiaba en casa de la vieja soprano a escuchar al gran Verdi.

La recibía con un abrazo, la besaba los ojos para retirar la pena y la sal que de manera extraña la embellecían más, sacaba los cafelitos y las dos juntas sin mediar palabra, por que las tristezas del corazón no precisaban de explicaciones, tan solo  escuchaban hasta el hartazgo o hasta que sus frágiles corazones se llenaban nuevamente de amor.

Pasaba el tiempo y María da Silva una noche de luna descubrió la sexualidad de su amor por Marcello, esta apareció con un ramo de flores de azahar mezclada con troncos huecos de canela, una camisa blanca, unos pantalones marineros, las sandalias de cuero y una sonrisa en el rostro ante la puerta de María, beso su frente y le ensortijo un ramito con las flores blancas en su oscuro pelo, invitándola a cenar en casa del amigo Vicente, un mozambiqueño guapo y simpático que era el alma de esa pequeña casa de comidas.
María lo conocía, sabía que había sido modelo, le gustaba a Vicente contarlo y aunque se sentía a gusto con su nueva situación y se llevaba estupendamente con sus jefes, cuando hablaba de su pasado inmediato como modelo y de sus viajes lo hacía con alegría, pero María se fijaba en sus ojos alegres y descubría una nota de Fado. Que ya sabía ella, que cualquier tiempo pasado no era mejor, pero un resto de esos momentos, conseguían componer la historia en ese transcurrir de los días, se agarraban al alma y te acompañaban hasta el final de esta bella aventura que es la vida.
Tenía Vicente una hija preciosa de doce años de la que se sentía orgulloso, su mujer a la que amaba y cuando podía la insertaba en sus historias que hacían las delicias de ese momento mágico, que él sabía transmitir a los amigos y a los clientes casuales que si coincidían en esos momentos, no dudaban en repetir, a la espera de momento de comunión entre las viandas y el buen hacer de Vicente, que por un tiempo les hicieran tener la sensación de pertenecer a este barrio y a sus gentes.

Como decía, esa noche mágica para María da Silva y Marcello, después de cenar en casa de Vicente, ya sabían que no era el dueño, pero hasta los dueños sabían de sobra que él era el alma de esa pequeña casa de comidas que incluso en crisis conseguía mantener a flote. Pues como decía, salieron María y Marcelo una vez cenados, caminaron cogidos de la mano como dos jóvenes enamorados, parándose en las esquinas, besándose rápidamente púes aun había gentes por la calles y Marcello sabía que a María esas muestras en publico aunque no les conocieran, la ruborizaban hasta colorearle el rostro con el carmín del que se vestían las amapolas en julio.

Esa noche las musas del amor, los querubines que en noches especiales como esta se manifestaban en pequeñas luces y se les averiguaba por sus chispeantes risas de niños, consiguieron dejar despejado y en silencio el pequeño parque que se encontraba en la avenida de los Príncipes Reales, donde fueron a parar con sus cuerpos de impaciencia María y Marcelo, amándose y fundiéndose hasta que la madrugada y la aurora los despertó, vistiéndose deprisa y bajando alegremente abrazados hasta el pequeño café de Mecearía do Século, para tomar un café en su esquina mientras el sol alegre iba arrebatando con su luz las últimas sombras de la noche.

De esta noche de amor sabemos por las crónicas del vecindario, ese que no duerme, el mismo que tiene las persianas a medio cerrar y por el que se puede ver dos llamitas nerviosas que no pierden puntada y están condenadas por los años o por su simple curiosidad a vivir las historias bellas o trágicas que arroja la noche sobre ese escenario de teatro que es el Barrio Alto. María da Silva se lleno de amor y de nueva vida, experimento los cambios naturales, la hinchazón de su vientre, descubriendo olores que hasta entonces no sabía que existían, la piel se le suavizo como la de una niña y los ojos despedían una luz nueva. Fueron los meses más felices para ella, Marcello no se separaba de ella menos alguna que otra noche pero con diferencia de lo habitual. Donde su amor por el Oporto y su historia jamás contada le hacían perderse hasta la mañana siguiente en la que intentaba estar lo más solicito posible para María y el futuro hijo que amorosamente se gestaba en el vientre de ella. Hablaban más que nunca, buscaban nombres, miraban ropitas y hacían planes para su nueva vida.
Pero como se dice por estos lares, la felicidad trae su carga de miseria, de tristeza como si los hombres y las mujeres de esta tierra, tuvieran prohibido el derecho a ser enteramente felices y sin “pero”, de ahí esas canciones tristes que asustaban a María y que por esas tierras llamaban Fados.

Una mañana temprano llamaron a la puerta de María da Silva, los vecinos no quisieron salir a la calle, los curiosos por antonomasia no se atrevieron a mirar por sus celosías. Dos agentes de la policía le pidieron amablemente que los acompañara, María se coloco un pañuelo negro alrededor de la cabeza, como un turbante dejando el cuello, y los hombros al descubierto y con el corazón en la boca acompaño a los agentes y a la altura del funicular da Gloria encontró el cuerpo de su Marcello en el último sueño, vencido al final por su otro amor el Oporto, una lagrima cuajada en su mejilla, en el bolsillo de la camisa una ramita de azahar con un tronquito fino de canela, que ella amorosamente lo recogió llevándoselo a los labios en un acto de contrición y sin que nadie preguntara María empezó ha hablar…
 –Se llamaba Marcello, cantaba como los ángeles y su amor al Oporto y esa historia callada para siempre me lo han quitado, con lagrimas en los ojos se llevo las manos al vientre, que parecía que el pequeño reclamaba el especio dejado por aquel al que nunca conocería, salvo las historias que su madre María da Silva le contara durante su infancia, convirtiendo a Marcello por el amor de María en el ser más luminoso que pisara el Barrio Alto una mañana y que ahora él, el pequeño Marco que así se llamaría por su abuelo, pasaría a ocupar los días de María que aumentaría sus visitas a casa de su amiga la soprano, para recordar los días e intentar consolar con la Travista y los cuidados de la soprano, los días grises sin luz ni esperanza que terminarían por apagar un día la luz de sus ojos y reunirla con su amor.

                                               *        *        *

A Marco da Silva le encantaba esperar el nuevo día, aunque al contrario que a su madre, este era más partidario de la noche, el reino de la Luna, miraba Marco como llegaba la mañana y sentado con su pequeño café y un cigarro, observaba, como lentamente, sus compañeras las sombras iban rectando, retrayéndose hasta los últimos portales en las calles más estrechas, donde siempre eran bien acogidas.
Era amado como antaño lo fue su madre, perdía gran parte de la mañana en recorrer el Barrio Alto, nunca se fijaba en los nombres de las calles ni los letreros de los escaparates, que habidamente ofrecían sus excelencias ha curiosos turista con posibles, para hacer sus compras de última hora. Subía al principio de la Rua do Século, para luego torcer la esquina hasta llegar al mirador conocido como mirador de Säo Pedro de Alcántara, un sitio privilegiado donde saludar a esa ciudad de Lisboa que poco a poco empezaba a despertar con la característica sinfonía, de los tranvías, las motocarros y cualquier aparato extravagante con ruedas para mover a esos vecinos temporales, en esa Babel de lenguas.
Al frente y oblicuo derecha, saludaba al Barrio de pescadores de Alfama, subiendo la mirada y hacía la izquierda el Castelo de San Jorge, cuatro piedras que dominaban la ciudad de antaño y de una belleza tan simple, que algunas tardes noches, sorprendían a Marco, sentado sobre sus ruinas ajardinadas y al guarda que le recordaba que la hora del cierre andaba próxima. Siguiendo con la mirada más a la izquierda, casi escapando, divisaba a ojo de pájaro la Gran plaza de el Marques de Ponbal, artífice de ese cambio para mejor de esta vieja ciudad lusitana que día a día se reinventa, conviviendo armónicamente, el pasado con su presente y ese dudoso futuro por llegar.
Continuaba su deambular en cortos pasos hacia el Chiado, atestado de turistas, crisol de culturas y razas que por un periodo corto, conviven en armonía.

Pensaba Marco, que Lisboa estaba orgullosa de su pasado esplendoroso, lo adivinaba en sus farolas de hierro fundido, en las que en todas aparecía un galeón insertado, como si de una piedra preciosa tratara, su pasado de navegante, buenos comerciantes y descubridores que tuvieron junto con su hermana de sangre y espacio, la vieja España, repartirse el mundo nuevo y lo conocido como las indias en el tratado de Tordesillas.

Se dejaba embriagar por el aroma del café mañanero a la par que observaba a sus gentes, maravillado siempre de esa mezcla de razas, de esa suavidad en forma de brisa marina que entraba por la plaza del Comercio embriagando los sentidos y que algunas veces como gotas de rocío se derramaba por doquier sobre mesas de cafés y edificios, dando la sensación de pequeñas perlas que de forma caprichosa quedaban solidificadas sobre algunos escaparates o en el busto de alguien que hizo algo para recordarle o simples estatuas mitológicas.

Recorría tranquilo, de sombra en sombra evitando la virulencia del sol, posando de vez en cuando el rostro sobre el mármol de los dinteles de las viejas puertas de los edificios y el mármol nuevo de los nuevos señores…Bancos donde conspira el dinero,  la frialdad hace que recele de ellos.
Luego a ultima hora volvía al Barrio alto, unas veces andando y otras en el funicular. Ya fuese el de Santa Marta o los de Da Gloria o da Lavre, que como viejos olifantes de variopintos colores hacían más cómoda la subida al Barrio Alto, cualquier banco, soportal o saliente eran buenos para sentarse y ver pasar esa alquimia de razas, nuevas y viejas, sabia mezcla de sangre, pigmentos de piel, donde se conjuga lo mejor de cada uno. Soñaba con el contoneo de sus mujeres y veía como amores prohibidos en otras latitudes, allí en su Barrio Alto y en sus callejas engalanadas con serpentinas y banderolas de colores se atrevían a caminar cogidos de la mano, tanto ellas como ellos.
Reconocía la belleza de las obras y edificios históricos, pero nada para él como observar a las personas y a los personajes que cada día con el ansia de más sobre sus rostros inundaban el Barrio Alto, los niños que correteaban tirando de sus padres que apenas contienen el aire, después de intentar subir a buen paso esas cuestas que les prometían el paraíso del Barrio Alto. 

A última hora de la tarde, cuando ya el sol no apretaba y empezaba la suave brisa que anunciaba la llegada de la Luna, se encontraba Marco sentado en la terraza del elevador de Santa Justa, miraba absorto la vieja Igreja do Carmo, se dejaba llevar por el grandioso espectáculo, la obra del hombre a merced de la naturaleza, le gustaba tanto o más que el claustro de los Jerónimos y ¡eso son palabras mayores!
Apartado de religiones, sentía un cariño especial por ese templo herido, donde el buen Dios bajaba todos los días a cobrar entrada, para que la gente se enterara de una vez por todas, que para hablar con él, nada mejor que el cielo abierto y la noche estrellada. Sin intermediarios, sin distorsión posible, sin tener que rendir cuentas a un charlatán del tres al cuarto que negocia por vía directa la cantidad de condena que ha de endosarte por tal acumulación de pecados, seleccionados previamente por ese ministerio, ávido de control y poder.
Ya se sabe, tenemos un Dios que gracias a los hombres, nace a cada minuto en una sala de hospital y muere a cada instante, en una calle, en una cama, o ensartado con el acero ligero de aquellos que no dan valor a la vida ajena y priman sus intereses mezquinos ante esta.  
Le gusta creer a Marco que Díos termina su jornada de portero en do Carmo y marcha para el Barrio Alto, donde se le puede confundir con cualquier tarado, que grita que es el Mesías mientras suelta improperios a diestro y siniestro, agarrado a una botella.

ese mismo día paso a tomar un café por Mercearía do Século, sabía que a Maria da Silva le encantaba sentarse allí, tomar un café mientras contemplaba en silencio el paso de la gente, oía parte de sus conversaciones y se hacía una idea algo baga sobre la situación en el barrio y más allá, en otros lugares, que se escapaban a su conocimiento y por los que nunca mostró el interés suficiente como para conocerlos de primera mano, nunca se había fijado Marco con detenimiento en la señorita que parecía ser la dueña del café, la encontraba atractiva cuando se ataviada con ese pañuelo de color azul marino y mezcla de lapislázuli, que le dejaban el cuello blanco y los hombros al descubierto, como un hermoso busto de marfil rematado por bellos colores. –Perdona… tienes el ojo irritado, ¿te ha pasado algo? pregunto Marco por la ventana del café cuando se marchaba…
- ¡OH! hace ya mucho tiempo y es una historia olvidada… sin mediar más palabra, una ligera sombra gris cubrió su rostro, no hizo falta decir más, Marco se llevo la mano a la boca a modo de disculpa, sonrió y ella le respondió, se despidió y siguió su andar callejero por el barrio. En la imaginación de él, le llegaron las dudas, no tenia pinta de ser un accidente, ni tan siquiera un golpe contra un mueble o un marco de puerta. ¿Quien podría en su sano juicio golpear a un ser tan delicado? 
El marfil que antes viera tan claro, había sido mancillado, el iris tenía el color lechoso de una cascada de agua y alrededor del ojo como una gota de sangre permanente, de un rojo suave. Ella no quiso en ese momento contarle nada, no quiso traer recuerdos del incidente o accidente y él que era discreto, no insistió que estas cosas llevan su tiempo en la cura y el olvido y quizás, alguna de esas tardes sofocantes, en esas horas en la que escasean los clientes, se pasaría y seguro que terminaría por contar lo sucedido. ¡Eso sí!, cuando ella estuviese preparada y necesitara soltar lastre. Marco sabía esperar y la había cogido ese cariño que se tiene a algunas personas y que produce el mirarse y no hablar, jugando a cliente y propietario… ¡sí! alguna tarde

… Suponía que alguien la esperaba, alguien que la respetaba y la amaba, alguien que nunca pregunto, alguien que siempre la besaba en el rostro cuando se encontraban en publico  y en la intimidad besaba con mimo esa macula de sangre, recordándole a ella que todo paso y que es posible empezar. Cosa que Marco creía que no le hacía falta, pues siempre tenía una sonrisa en el rostro y una palabra amable o dulce según la confianza de a quien se dirigía.

Se levanto Marco, antes de lo habitual, el día no es que trajera algo especial, ni el tenía una prisa aparente, se dejaba llevar, la querencia de los pasos parecían ir contando adoquines, blancos unos, otros negros y algunos como el café con leche del los desayunos, de dibujos caprichosos y con ausencia de los mismos en algunos espacios del recorrido. Pequeños pozos de esperanza que la tormenta de verano, había dejado en esa madrugada. Existencialismo  puro y duro, el débil recuerdo que delataba la coexistencia entre naturaleza y personas. Los matojos que crecían y apenas levantaban medio palmo del suelo, habían florecido, pequeños ramitos de flores amarillas, se mezclaban con lilas y algún que otro rosal enano que en otros tiempos cuidaran los vecinos y ahora tan solo, pequeñas islas olvidadas con algún que otro arbusto salvaje de esos que se atreven aun a pelear por un espacio en ese maremágnun de edificios y solares semiabiertos. Obras de cimentación, donde aparecían restos de basalto que recordaban a Marco que Lisboa se asentaba sobre suelo volcánico, viejas heridas practicadas por el constante bullir del interior de tierra, el viejo Vulcano hacía tiempo que restringió sus visitas a esta hermosa ciudad, asentada sobre siete colinas. Algunos barrios descansan despreocupadamente sobre los cráteres de viejas bocas, de antiguos volcanes hoy dormidos. Absorto desde el mirador de Säo Pedro de Alcántara, recuerda a ese enemigo de verdad que tubo Portugal y que no es otro que los terremotos que la asolaron y se queda maravillado al dirigir su vista hacía la plaza del Marqués de Pombal, en su pensamiento andaba este personaje, que puso a Portugal en su sitio y reconstruyo Lisboa después del terremoto, enterrando lo muerto y terminando de tirar lo viejo para hacer una ciudad moderna y prospera, con esa frase que le caracteriza “¿Y ahora? Se entierra a los muertos y se da de comer a los vivos”, lema que extendió a la reconstrucción del Lisboa que ha llegado a nuestros tiempos.
                  
                                               *        *        *
Caía la tarde sobre el barrio de Alfama con su catedral dominando, que además de ser barrio de pescadores y el más viejo, también guarda en sus entrañas baños y manantiales, de los que luego se crearon esos edificios llamados Chafariz (fuente o manantial) que aprovechan el preciado  y necesario néctar para la vida de esta urbe. Divisando a vista de pájaro la Alfama do Alto, donde en un tiempo vivió la aristocracia, de esta otra, la alegre Alfama do mar, donde hoy sigue fiel y viviendo en heredadas casas o nuevas construcciones el barrio popular, volviendo a la Baixa Pombalina que enlaza con el Chiado para rectar lentamente, cansinamente, si vas andando al Barrio Alto, mientras el sol más que calentarte, te descarna, llegando al agotamiento y ya que estamos en estas alturas, refrescarnos con una cerveza fresca en cualquiera de sus recogidos bares.

¡Si! le gustaba a Marco esos ratos donde poder descansar, mientras disfruta de las vistas de su ciudad y de sus gentes. Pocas veces paraba en el Chiado, le desesperaba el bullicio que se montaba allí, sobre todo a la altura del café Á  Brasileira, uno de los más castizos donde Pessoa o alguno de sus heterónimos solía pasar las tardes, tomando café o de tertulia con algún viandante. normalmente lo tenia como rutina y cada quince o veinte días, intentaba llegar cuando no había nadie y se podía disfrutar del silencio de la mañana, era entonces cuando,  aunque parezca sorprendente, mantenía conversaciones con Pessoa… ya, ya se que es de locos ¡pero les juro que era cierto!. Gustaba a Marco llamarle por todos los nombres, sobre todo preguntaba por Chevalier de Pas (caballero de paso), le recordaba a uno de los poemas “cuando ella pasa” Que dice: Sentado junto a la ventana, A través de los cristales, empañados por la nieve, Veo su adorable imagen, la de ella, mientras. Pasa…pasa…pasa de largo…

Una vez se enfrascaron como en una coral, Caeiro, Campos, Soares y Reis, el señor Pessoa y Marco, aquello no tenía ni pies ni cabeza, uno porfiaba con el otro y entre todos se quitaban la palabra, más bien parecía aquello, algarabía de  comadres en día de mercado y Marco mareado de tanta razón razonada, que llegaba a la sin razón,  de tanto verso al viento y de que se cantaran las cuarenta como colegiales. Mando silencio, pues le dolía la cabeza y los demás se le echaron de encima, entonces amenazo con marcharse y no volver más y fue efectivo, desaparecieron todos dejando solos a Pessoa y Marco.
-¿Con quien hablo ahora…? preguntó Marco
-ahora, amigo Marco hablas con Fernando Pessoa, ¿quieres referirme algo?
- si, ¿que opinas de Dios?
- empezando por decir que no existe, ya es mucho decir, y si te digo que nace y muere a cada instante, creo que te  liare un poco más
- ¡quiete usted!  Que eso ya lo daba yo por sabido
¡Ah!, entre risas, Pessoa continuaba –Dios es una quimera, consuelo de espíritus pobres, humildes y la mayoría de las veces fruto de la ignorancia y otras tantas de gente que hace constantemente mal y necesita un perdón diario que otro más espabilado le da, no sin recibir pingues beneficios, que ya sabemos como se mueven estos ministros de la fantasía.
Veras Marco, si tú eres de los que creen en Dios, entenderás que este nace con un llanto y muere como dirían en España con un “Quejío” o quejido
- te entiendo amigo, tengo la misma impresión, para mí que Dios es uno mismo, que habla con uno mismo, anda con uno mismo, pero cuando se trata de sufrir de tripas para fuera, se corta la comunicación y un servidor se las come todas… -Ja,ja,ja. Visto de esa manera, el placer máximo es cuando te sorprendes hablando en voz alta y te respondes de igual manera, que es cuando los listillos dicen que tú estas loco
-sí y esa locura llega cuando no sabes quien ha sido el último en callar y al día siguiente el primero en hablar
-eso exactamente… Marco
-¿que?
-es cierto  eso… que no volverías…
- no lo tomes al pie de la letra, algunas veces cuando os juntáis los cinco y discutís, tan acaloradamente, me desespero.
-bueno aquí, todo el día solo ya me dirás… ¿entonces?
- no te preocupes, vendré como viene siendo habitual, me gusta hablar contigo, y desviarme por el Chiado antes de subir al Barrio Alto de recogida.
-¿Sabes que Cesar pasa por aquí todo los días?
- si cuando acaban las visitas en la Igreja do Carmo, cierra las puertas y sube tarareando…  bueno tengo que dejarte, ya nos vemos mañana, como siempre ha sido un placer
-adiós Marco, aquí estaré…

                                               *        *        *

No hacía una hora que Marco se despedía de Pessoa, cuando vio que Cesar se acercaba sin prisas, como maravillado del bullicio de la calle, los músicos callejeros, los aspirantes a estatuas temporales, pintados de oro o cobre, estáticos como verdaderos autómatas que solo se mueven cuando la moneda del viandante hace ruido al caer sobre la lata, como un resorte mágico que les diera cuerda, moviéndose tan solo lo establecido para seguir despertando la curiosidad de los transeúntes.
Traía la frente con gotitas de sudor, pequeños rubíes traslucidos, se sentó en la mesa al lado de Pessoa…
-Buenas tardes Ricardo
-Ya empezamos, Jesús contesto algo molesto
-tranquilo y llámame Cesar, que hay orejas por todos los sitios
- eres un provocador, mira que ponerte Cesar con todos los nombres que hay
- ya me conoces, a quien le gusta llevar el nombre de aquél por el que has sido entregado a los lobos, después de la que me dieron para ir pasando ¡y para qué!, contesto algo irritado… para ver como cada día el mundo esta más loco, más deshumanizado…
- ya,  pero el paraíso prometido
-¡pero si este es el paraíso! ahora que lo tengan cuatro, mientras el resto pena, sobreviviendo a duras penas y que encima los que claman en mi nombre, estén de ese lado. ¡Cesar, Cesar, y Cesar!, si quieren Mártires, que cuelguen los hábitos y marchen puerta por puerta y vuelvan a los caminos.
-tranquilo hombre, solo es una pregunta
-sí, pero estoy hasta el gorro, por eso deje la nada y tanto escuchar sandeces, por eso me vine al Barrio Alto, aquí al menos nos ayudamos entre nosotros, le gente tiene la mirada limpia y cuando te dicen “con Dios”, suena sincero, sin más empaque ni adornos, sin más historia, deseándote que el  día te valla bien, y cuando puedas pasas por casa que los niños e Isabella quieren verte y echamos un rato. Ah y Joana, la que tiene la tienda, que muchas gracias por el favor. No es más complicado que eso, mi mensaje es así de sencillo… ¿no crees?
- Bueno, tuya fue la idea y la palabra, el ejemplo de que algo mejor puede ser, ahora que la gente escuche o entienda ya es harina de otro costal. Haber si predicaste en el desierto y cuando llegaste a la ciudad tan solo había piedras.
Pero ya te vale… No debiste abarcar tanto, este juego de prestidigitador se te fue algo de las manos.
-Bueno, dejando el tema, ¿as visto a Marco?
-hace un rato que marcho
- Ea, Pessoa, te dejo y disculpa por la broma, uno es persona y a veces no mide la intensidad de sus palabras
- Tranquilo, límpiate la frente o te van a seguir como si fueras una aparición milagrosa
- gracias, sabes que las viejas cicatrices no se cierran jamás

                                               *        *        *

Quedó Pessoa solo, bueno solo es un decir, que andaba el café Brasileira de bote en bote, y todo el que pasaba quería retratarse con él, mientras él estatua imperecedera condenado porque un buen día a alguien se le ocurrió reconocer su valía en la poesía y el pensamiento. Con una copa imaginaria de Águia Real, se relamía el estático escritor, mientras daba vueltas a sus ideas y aguantaba a esa gente que más le valdría leerle que hacerse una foto con una reliquia, cuya alma dormía llena de polvo en los estantes de las librerías y que de vez en cuando en algún que otro juego floral, salía a relucir algún verso suyo y nunca los que a él, más le gustaban.

Un silencio casi sepulcral fue invadiendo lentamente el Barrio Alto, las comadres cogieron a sus críos y se encerraron en casa, dejando la Rua do Século vacía de sus gentes, tan solo los negocios, que en la pereza de la tarde esperaban aún que la noche se ambientara algo y que los turistas o aquellos paisanos que gustaban de salir, recalaran en sus locales, por cerrar el día en positivo.



Una luz blanquecina, que parecía tener vida propia, entro por el estuario del Tajo, saltando sobre el punte del 25 de abril, atravesando la ciudad hasta llegar a Rua do Século, donde redujo su intensidad casi hasta apagarse. Marco se encontraba sentado, tomando una cerveza antes de meterse en casa, le extrañaba no ver ni escuchar a las señoritas del local de la Mercearía do Século, levanto la mirada hacía el fondo de la calle y se quedo sin habla. Una bella muchacha con vestido de tirantes, se iba acercando. Sus miradas se encontraron y un calor invadió su pecho, era el ser más hermoso que jamás había visto, se sonrojo cuando estuvieron a la misma altura. Ella le pidió que compartiera mesa y él al levantarse nervioso para que se sentara ella, tiro el cenicero haciéndolo trizas, no sabía cuantos se habían partido ya, claro que no todos él. La inclinación de la calle hacía muy difícil la estabilidad de los objetos sobre una mesa que ligeramente asemejaba una rampa, haciendo peligrar los vasos y cualquier objeto que sobre ella se pusiera.
El Barrio Alto por unas horas, parecía estar adormecido, una débil niebla que no terminaba de cuajarse flotaba sobre los edificios, un aroma a azahar y canela inundo toda la Rua do Século, los postigos de las ventanas entre abiertos, por donde los curiosos habituales acechaban la noche. Les iba recordando a esa otra noche que se pierde en el tiempo y que el aroma del azahar y la canela traían.
El recuerdo de esa otra noche de amor, el amor de Maria da Silva, cuando Marcello apareció esa noche en la puerta de su casa para invitarla a cenar y prendió del pelo de ella un ramito de azahar, guardando en el bolsillo de su camisa la ramita de canela.

Tan solo llegaron a vislumbrar la luz blanquecina que baja lenta dirección a casa de Marco y a una pareja, que hablaba, se paraba, se comían a besos y reían. Inolvidable la noche, inolvidable el rostro del amor como inolvidable sería la lenta desaparición de Marco, sin traumas, sin dolor.
Despacio se fue convirtiendo en luz, con su sonrisa habitual, sus cafés en la Mercaría do Século, sus charlas con Vicente mientras comía y la visita habitual que hacía a su amigo Fernando y a toda la cuadrilla. La noche del 11 de julio se pararon los pulsos de ese corazón amable que es Lisboa. Desde la Rua do Século volvió a verse la luz, bajar hasta el Chiado y caracoleando por ese dédalo de calles, llegar hasta el puente del 25 de Abril, saltar al estuario, mezclándose con la lengua de plata que subía a la Luna.
Un olor intenso a azahar y canela invadió esta vez toda la ciudad, esa noche las calles y locales se engalanaron, la gente salia masivamente a vivir la noche. Un marco incomparable de cielo estrellado y una luna que lamía el estuario, que lentamente se fue tiñendo de un rojo, como si Vulcano hubiese montado en los dominios de tan alta Señora su fragua, para forjar un nuevo corazón. Por fin Marco tenía su amor, por fin Selena se sentía amada y amaba…
                                               *        *        *

¡Ah!... ¿Qué hago yo aquí?... disculpen que en cuanto acabe este cafecito, recojo mis bártulos y me regreso. Ya saben, mientras espero, sueño con la baga ilusión de encontrarme con María o Marco da Silva, en fin con los artífices de esta historia, porque la historia ya la sé y den por seguro que es leyenda, pero guardo la esperanza de encontrar esa luz, de ventear el aire por si por azar me llega el azahar y la canela... y el resto, es cosa de ustedes. Dense una vuelta por Lisboa, déjense llevar por esta hermosa ciudad… y quien sabe, si por casualidad les llega a sus oídos otra historia que contar.
Por mi parte desearles que sigan siendo ustedes moderadamente felices y si pueden, que sea tomando un café en cualquier terraza del Barrio Alto…
                                                                                                                       Epi