jueves, 13 de agosto de 2015

De Manuela y el mar ¡Perfección....!



Perdidos en la duda, en la ignorancia de nuestro nacimiento, a merced de ese banco de experimentos que es la naturaleza, en un empeño constante por mejorar y perfeccionar cada ser vivo cada piedra o elemento. Parece no conformarse nunca y cuando alguna de sus creaciones nace perfecta, la misma naturaleza, se rebela contra sí misma…

Enzo, palito en mano como vara de zahorí que buscase agua, esgrime interminables páginas de letras, sin ton ni son, de miles de palabras sin sentido. Enzo se escapa por la tangente de la orilla de ese mar inmenso, de rodillas sobre la orilla del mar, en la arena a modo de libreta, el mar en cada envite pasa las hojas imaginarias que la arena ofrece generosamente a Enzo.
Ajeno al sol, al agua y a la comida, recogerlo en brazos y dejar que patalee hasta que se acostumbra y hay que sacarlo de la misma forma, pues Enzo no tiene limites, ajeno a todo sigue escribiendo en el aire, pizarra imaginada que admite todas las palabras y parece no tener fin, le encanta a Enzo sobre manera, saber que lo que cuelga en el viento, no ocupa lugar y que este tal como, Enzo las escribe se las lleva a otro rincón del mundo, así son los mensajes que Enzo plasma, como lo son sus temores de que alguien las vea, él le habla a los elementos que díscolos viajan de un sitio a otro, dejando una sensación de vacío y de agotamiento en Enzo, con la felicidad pintada en el rostro. Niño perdido que no quiso crecer, no por decisión propia, fue la vida que le toco en suerte, experimento de la naturaleza en su constante búsqueda de perfección. Enzo grita en silencio, habla en silencio, sueña en silencio y mira como si no viera al resto de niños perdidos que habitan su mundo personal y sonríe. Luego cansado como cualquier niño, deja que el sueño entable batalla con las pocas ganas que tiene Enzo para dejar su frenética tarea, esa de  dibujar letras en cualquier parte, comunicando a quien sepa descifrar este criptograma sin principio ni fin. Una moneda por cada letra una moneda por cada palabra y no te digo nada si es por una frase con algún sentido, que el torpe traducir de los expertos no lleva a buen fin, mientras Enzo queda al fin dormido en su particular mundo de Nunca Jamás

Y como el escultor, golpea con su martillo su obra, pidiéndole que hable, creando así un poco de imperfección, que le deja  vacío de todo, para nuevamente comenzar otra obra que le satisfaga tanto, volviendo a buscar esa perfección que le es negada.

Campanilla no vino  al fin, se quedo relegada en el sueño de Enzo, felizmente atrapada, pues campanilla no habla. Son sus transparentes alas las que dicen algo, las que dibujan signos y a Enzo le encanta pues piensa que son iguales, aunque el no pueda volar y le pide en el sueño que esparza el polvo dorado sobre su pizarra de aire, viendo por un instante como sus trazos cobran sentido, con esa luz dorada de polvo amarillo. Y  campanilla sobre su hombro, leen juntos y ríen, hasta que la vida lo arranca bruscamente del sueño y es cuando Enzo vuelve a cerrarse, a negarse a compartir con ese otro mundo real todo lo que ha aprendido.
Como el interruptor de la luz que a capricho es accionado… momentos dolorosos de luz y conocimiento, momentos felices oníricos por donde escapar y ser feliz….

Así es como la naturaleza se rebela contra si misma, poniendo un nuevo reto a sus creaciones, revelándose contra su perfección y poniéndose en el lugar más difícil. A sabiendas que el problema de la perfección es su propia perfección, creando de esta manera seres imperfectos, preparados para el mundo pero no para los de su especie, que no saben como atajar estas diferencias. 
 
Sueña, ¡no se lo cree! se pellizca el brazo, un tornado de ausencias la llevo lejos, donde el mal no alcanza, lejos donde la incomprensión no existe pues todo es creado sobre la marcha, al ritmo anárquico de su pensamiento, luceros y arco iris, personajes salidos de la realidad que rellenan su mundo de fantasía, cualquier forma se asemeja a un personaje a un animal fantástico, eterna sonrisa que empaña el rocío de sus lagrimas que no sabe por que lloran esas ventanas que luego dejaran pasar la luz, desde su interior hacía el exterior, por que es ella la que guarda esa luz, ese entendimiento particular que sobre las cosas y la vida tiene para ella, a su manera interactúa con el resto de personas, de niños sin hacer distinción porque en su mente no existe el valor de uno más que otro, todos a simple vista parecen buenos. Se despierta de su corta siesta y llama por si alguien esta a su lado o cerca de ella, se despierta con hambre de abrazos, con sed de sonrisas y de que le digan guapa, canta a grito pelado una canción popular que ella cambia la letra por “na,na,naa” y lalilo, lalilo, que ya vendrá la letra cuando se acuerde, mientras baila dando vueltas, con un Toto imaginario, negro como la noche, con el hociquillo siempre húmedo, lo achucha entre sus brazos para sentirse protegida y Toto lame contento las mejillas de Valentina. Corre Valentina, feliz no hay escuela, ni normas que le obliguen, corre y juega con los niños. estos paran y ella inagotable sigue, y ríe y grita, pero no de dolor que las emociones cuando son sinceras también emiten ese sonido de gozo, que un mundo como el nuestro, interpreta erróneamente como dolor y ya saben que el dolor es visible, no tiene lagrimas limpias, brota de la oscuridad de la incomprensión y Valentina huye inconscientemente de esa oscuridad hacía la luz, abrazándose a sus quereres a sus sueños y a sus juegos… envuelta en la toalla, recogida sobre el regazo de su padre ella, descansa hasta que el sueño la retiene y una sonrisa se dibuja en su dormido rostro, mientras una porción de luz resbala de sus ojos cerrados, pues es el diezmo de amor que da a cambio de abrazos y comprensión…

Esto comentaba la mar al Buhonero, mientras echaba la red y recogía historias incompletas y que como tal,  pensaba respetar. 
Sentada a su lado se encontraba Manuela, tendría unos trece años, una titirita en la nariz, por la que no pregunto el Buhonero, que algunas cosas es mejor dejarlas como están, o que sean sus protagonistas los que liberen su pesar...
Y unas ganas locas de volver al interior de los bosques, donde antaño se refugiara su gente.
Ese otro mar de verdes campos, de cosechas extensas, de mil colores y aromas, ese conjunto de perfección que por separado no dice nada.
Es lo que tiene la perfección, cuando es respetada y aceptada, cuando los fallos se contabilizan como aciertos y los aciertos como pruebas de superación…

Resbaló golpeándose el entrecejo, ahí donde empieza esa recta que se bifurca en dos pequeños túneles, agujeritos negros por donde inspira vida fresca, desechando el viciado elemento, en el interior de sus manos para así combatir el frío que le llega sin saber por que, que el día es caluroso pero cada vez que marcha sin querer, a la vuelta se encuentra cansada, desangelada, con ganas de acurrucarse y dormir, en la quietud de la brisa que se filtra por los agujerillos de la persiana. Cascada loca de amapolas por el rostro desciende, hasta confundirse con la ultima ola de mar, la espuma que esta deja apresa los pétalos rojos convirtiéndolos en pequeñas burbujas de color y todas juntas en retirada son como esas bolas que cuando las mueves parece que esta nevando, pero en este caso es como una fiesta floral de un solo color rojo e intenso. Cae por el hueco del árbol, ya no sabe si sueña o esta despierta, un conejo, un reloj, un gato que flota y un sombrerero simpático y algo loco le hace una reverencia y los números invaden su mundo, dando explicación a cualquier evento que se pueda enumerar, en fin todo son números en su cabecita. Sonrisa de pan dulce, cara redonda, ojitos de niña buena, de niña espabilada y lista, que a fuerza de vivir ya se ha acostumbrado a estar y no estara ser y no ser, con el consuelo de estar acompañada siempre… siempre que cae en ese sueño convulso del que nunca recuerda nada. Alicia involuntaria, presta a dar su hilo dorado que cuelga del bajo del vestido, a la espera siempre de su Teseo que la libere, rescatándola del laberinto de sus ausencias. Ariadna eterna…

                                       Epi






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