Cae la última monarca sobre el último pétalo de amapola...
lecho carmesí.
Por los huecos de las vetustas rocas suenan trompetas que ha de llevar el viento.
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_ Por la gran puerta de Sengakuji, salen como fantasmas los viejos Samuráis , los últimos rōnin. Seguidores de Sakura, de un imperio y una forma de vida que desaparecio hace ya tiempo y como cada primavera se dan como los frutos del cerezo.
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La noche viene oscura, sin sombras, anuncia que muere el día.
Sobre un azul frio, la luna no desea partir, ha de ver la tierra en todo su esplendor, aquellos que la aman, al paso inclinan levemente la cabeza a modo de saludo y cuando nadie los mira, le guiñan y los más atrevidos le lanzan un beso, esos mismos a los que el mundo llama locos.
Se llena de botones negros en la cabeza
En los ramales de cada punta, un brote verde, coronado por dichos botones.
Una brisa fresca y humeda va lamiendo los viejos troncos, los últimos titanes, si no entra un poco de cordura que pode, habil, la imbecilidad que como un hongo nos engulle.
Llegaron antes, sobrevivieron a las catástrofes naturales, se unieron bajo tierra, como modelo de supervivencia, comunicación telurica, sube por los vasos junto a la savia y el murmullo que forman es recogido por el viento al pasar, conversaciones que mantienen las hojas en esa magia eterna y cíclica, llevando los pro y los contra, de lo que pasa aquí a otras latitudes, en otros bosques, incluso en los desiertos donde apenas crece algo.
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Sobre hojas de algodón de seda, se va activando la vida, boton que rompe y se desplaza sobre su despensa, gusano pequeño, comilon, va devorando ávido, la hoja incubadora, sin apenas descanso pasa de una hoja a otra, quedando como hojas de acebo,de las que cuelgan pequeñas hebras de seda, arpas improvisadas que el viento mece a capricho.
En breve y pleno de reservas, el pequeño gusano va encerrandose en si mismo, cubriéndose en un sudario, hasta desaparecer. Son como Lázaro , un día más en sus crisálida a la espera de que el viento traiga en sí, las palabras precisas... ¡ Levántate y vuela !.
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Las ramas van cogiendo color, un rosa carmesí, que lentamente se va degradando a un rosa suave casi blanco, manto que invade los verdes valles, los parques que gente generosa fue plantando, las mismas manos amorosas que cada primavera regresan a su quehacer.
Parejas de enamorados pasean al amanecer, que otras prefieren el final de la tarde, cuando la temperatura es más agradable y el sol en su despedida diaria, las viste primorosamente de una luz suave, pequeños lienzos de estrellas que por doquier titililan, dan paso a la noche, donde otro manto por encima de ellas, toma el relevo, acompañando a Selena, que en ciertas noches, se viste oronda de argenta unas veces y otras de ámbar, mira envidiosa a ese otro manto, que sin esfuerzo apenas y sin interés aparente , ofrece al astro su manto para que retoce o descanse, según convenga.
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Una bocanada de aire, un suspiro apenas apreciable, un levantate y vuela, una cabecilla asoma, rompiendo la mortaja y una vez más el milagro la metamorfosis plena, llenando el espacio de coral naranja atravesado por nervios de obsidiana, de un punto a otro, migran hermosas y poderosas monarcas, en grandes grupos, con premura, pues unas son espoleadas por la brevedad de su reinado y otras las más vetustas, recorrerán la distancia necesaria para volver a empezar el ciclo eterno de la vida.
Dicen de ella, que habla con las monarcas y estas le corresponden , cuando ella duerme , ellas la cubren para que la brisa no enfríe ni enturbie su sueño. Ha cambio ella derrama a los pies de los troncos, en todos los montes y valles, hojas pequeñas de algodón para que en su constante quehacer, dejen al viento esparcir sus pequeños hilos de plata.
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_Los frutos rojos como el rubí, sangre derramada, en pos de una idea, del capricho de un señor, donde el esplendor y el ocaso se dan la mano . El viejo Akiro se recuesta sobre el tronco de un árbol, esperando a Sakura para despedirse y en su última voluntad, que lo lleven al Hakaba de Sengakuji.
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En su efímero existir, agotadas por la intensidad de su existencia, van cayendo como hojas discretas, sin ruido aparente, como el que no quiere molestar, porque muere... no más.
Es cuando ella deja caer sus pétalos, cubriéndolas con primor, para que la tierra y la continua rueca de la vida vaya ordenando en madeja eterna, la memoria breve y cíclica de la juventud, liviana y pasajera.
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_ Sakura besa su frente y sobre sus luenga barba descansa una joven monarca, que le recuerda lo frugal que es la vida y cuan fria la oscuridad.
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Cae la última monarca sobre el último pétalo de amapola...
lecho carmesí.
Por los huecos de las vetustas rocas suenan trompetas que ha de llevar el viento.
Epi o el Buhonero
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