jueves, 14 de abril de 2016

Olvido…



¡Y qué! si el tiempo ha vencido, que contarte de esta historia de este abandono esta huida hacia la nada, camino tortuoso más allá de la región donde habita el Olvido, tan lejos y tan perdida que al mismo Olvido se le olvido que existiera algo más allá de sus dominios. Atravesó las verdes praderas donde el trigo aún crecía dejando a duras pena sitio para las amapolas que por doquier iban instalándose con ese desorden ordenado espaciadas aquí y allá como el que no quiere la cosa, el meandro que era charca en el llano montaña arriba era remanso de pozas cristalinas, tritones viejos como la tierra misma dormitaban al sol en espera de comida viajera, llego por fin al limite donde los ríos son condenados a estancarse en beneficio de terceros. Tiempo hacía que las truchas y salmones no subían saltando de poza en poza hasta el nacimiento mismo, hacia tanto tiempo de todo que parado como estaba se olvido de si mismo, bajando por la ladera de la montaña dejando atrás toda vida conocida se fue deshaciendo de las pocas pertenencias, como las piedras que soltaran los niños perdidos.
Un viento calido levanto el polvo del camino fosilizando los últimos pasos dando fe que hasta ese lugar se le pudo seguir la pista, después nada, como si nadie hubiera pasado jamás de esa frontera imaginaria, se perdieron los pasos el rastro y las piedras, más allá de la región donde habita el Olvido donde la ausencia de sonidos es sustituida por el ulular del viento que siempre trae la misma letanía la misma queja, pues allí mueren las palabras, desprovistas de su significado, quedando como petroglifos  de otras épocas que como él se habían perdido. Tanto tiempo en esas soledades que se olvidaron de su significado.
Fue una huida voluntaria, estaba arto de los de su especie y se preparaba para el último de sus viajes, quizás el más extraño de todos, no tenia prisa pues había ganado todo el tiempo del mundo el mismo tiempo que echara en falta cuando aún le gustaba deambular por la ciudad, siempre nocturno como un adagio preludio de su opera particular.
La última vez que la vio ya sabia que tan solo el deseo y sueño serian las únicas prendas que conseguirá de ella, hermosa y altiva, indiferente a los requiebros de hombres y mujeres, alma en pena a la búsqueda de  felicidad de la forma más rápida posible, esa que acompaña el aditivo necesario. Bolsita de felicidad, en la casa puerta de la esquina, donde por costumbre solía fumarse los desengaños del día, todo mezclado con su cachimba, abusaba hasta que el rostro se deformaba, la expresión bobalicona invadía lentamente sus penurias para despacito ir quietando hierro a unas y dando consistencia a otras. Luego como cazadora nocturna acechaba a sus victimas ocasionales, todas colgadas por el mismo hilo conductor, de conversaciones lentas de todo anda bien en esta hora bruja y ya mañana el dios de la fortuna dictara lo que deparara el nuevo día.
No podía competir con semejante aliado, él a lo más que llegaba era a una cerveza que libaba con una parsimonia de avaricioso, mientras en su cabeza desfilaban las cuitas del día, montaba historias ensimismado en la luz de la farola, pues otra luz no le llegaba
Siempre de charla introspectiva, vivía más lo ajeno observado que lo propio vivido.
Un día dejo de verla, el tiempo le fue robando sus rasgos, el eco de su risa, la altivez y la hermosura, dejo de escuchar su taconeo reloj que excitaba sobre manera su deseo, ya no tendría la oportunidad de ser rechazado porque desde el principio la aceptación había sido descartada y ahora se encontraba solo más allá de la región del Olvido donde el páramo era gris y solo se suavizaba en las sombras que arrojaba la noche buscaba ávido las cuchilladas de fría plata que la luna arrojaba imaginando que ese era el camino que debía de tomar, escapar por ese rallito de luz argenta donde cifraba sus esperanzas, sentado sobre el suelo la espalda apoyada en la roca granítica atemporal. Sacó su bolsita de kifi, cargando la cachimba ,el humo sube lento por su cara mostrando la antesala de niebla a la que voluntariamente se iría a entregar, sin resistencia sin dolor aparente.
Los pulsos se fueron distanciando, los parpados pesados la boca pastosa el sudor que recorría cada parte de su cuerpo, el corazón cada vez más lento. Esa cobardía para relacionarse ese no haber intentado hablar con ella, la locura que se afianzaba cada vez más en las frías ciudades, los campos sembrados de niños olvidados de madres famélicas secas por no tener que llevarse a la boca y la agresividad del hombre en general con ganas de luchar pero no sabiendo contra quien todo ello mezclado en su cachimba.
Un día, un fuerte viento arraso los parques, doblando antenas de televisión usurpando los callejones y amontando a su paso la desidia convertida en basura, en papeles sucios y grasientos. Como digo ese día el viento llegaba fuerte desde más allá de la región del Olvido y en su ulular podía escucharse el réquiem por alguien al que nunca conocimos.  él mismo al  que nunca prestamos atención, se le fue la vida en un suspiro no dejando tras de si nada ni memoria ni frases celebres, en la morgue tan solo un cuerpo desconocido sin huellas sin nombre aparente, amarrado al pie una nota donde rezaba “otro desorientado más sin acuse de recibo”. Sin queja en el silencio más absoluto en la soledad más sórdida, tal como había sido su existencia y ahora nada queda, tan solo unos petroglifos que nadie entiende y que ahora decoran la antesala de un museo repleto de dudas muertas donde pasaría a ser una más a exponer la eterna pregunta del hombre y su nacimiento, el por qué de esta sinrazón que llamó vida, cuando de ella ni el aliento viciado de sus besos consiguió.

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