viernes, 5 de octubre de 2018

Despierta el niño mimado...


Despierta el niño mimado…
Mira de reojo al astro rey y de la fina  honda sale disparada una piedra que esquiva el sol, cambiando el destino de sus rayos hacia la blanca dama, reflejadas en el alfiler de su pelo recogido. Las primeras ráfagas de luz.
Se melena cobriza, en red recogida, de sus finos nervios asemeja la plata bruñida.
Despacio…
El astro baja por su delicado cuerpo en colores de verde cobalto fundidos con su blanca piel, no hay más hermosura que rivalizar pueda con ella, al no ser la alta aguja.
Cetro que se dispara al infinito para dar cabida al nuevo día.
 
Del suelo brota cada mañana el viejo arte, siempre nuevo, que la limpieza de sus calles se ha de llevar, para volver con otro amanecer 




Y es en esa hora cuando las lágrimas del Vecchio se confunden en tornasolados colores con el verde apagado de sus tranquilas aguas, lagrimas que cuentan del floreciente pasado a un atribulado presente, donde se mezcla el llanto de los ausentes, con el llanto feliz de los nuevos transeúntes.
Que la noche loca dejo historias para oídos curiosos, pues en la mañana temprana cuando el día empieza a despuntar, corrillo  de gentes curiosas, van ha escuchar, y de la ondulación de sus aguas suben estás historias, unas de amor las otras de necesidad, y algunas más, que no por absurdas quedan relegadas, pues todo vale en esta mañana. Mientras en la colina donde dormita el niño mimado.
El astro rey va lamiendo lento su cuerpo,
Perdida queda la laureada cabeza
Antaño fue oro hoy, mármol sin corona,
Admira el astro tan gallarda postura,
Que mide en la distancia con cínica mirada,
A esa altiva señora que ahora se despereza.
Los curiosos se agolpan en serpenteante fila, dédalo de países, Babel de lenguas, conforman los primero sonidos.
Mis pasos se pierden, dejando la piedra a suntuosos jardines,
Donde invita a perderse al caminante.
El sol aploma al más pintado, lentos como lagartos, en la sombra quedan retratados,
Con pasos cortos midiendo las fuerzas,
El ojo se llena, paleta de colores, verdes campiñas, quedan a su espalda.

La tarde corre pareja junto al río, millar de almas transitan en la misma dirección, un mismo destino, solo rendir honores a la Dama.

Ráfagas de oro fino, ocres mezclados con un azul lapislázuli,
Dan paso a un verde esmeralda,
Verdes lágrimas saltan, cuando el barquero pasa
Y en lontananza su contorno desaparece en la negrura de su falda.

Son las mimas lágrimas que derraman los ojos del Vecchio
Sobre el eterno Arno.

Y he aquí y en esta hora, donde confluye pasado y presente,
Al calor de una decena de lenguas,
Con la licencia que da esa juventud que se perpetua,
Algunas misturas más avanzadas,
Nos hablan de un otoño  
De plateadas sienes que delatan el invierno.

Todo es vitalidad en tan frugal momento,
Donde las miradas se confunden y apremian los deseos.

El sol se inclina besando la noble frente de tan hermosa señora,
El Duomo  queda a oscuras,
Mientras otras luces más suaves van dejando pasó a esa turba soñadora,
Que primero se dirige al río…

Donde libre el amor, los sueños y el perderse en la mano que no mira e invita a desaparecer,
La vida prevalece sobre el día que señorialmente se despide,
Dando paso a la calida noche,
Bóveda celeste, cuajada de blancos cristales, donde los transeúntes
Que rendidos quedan,
Con un liviano beso y un guiño al Vecchio
Que descansa en la argenta plata,
Manto que presta la altiva señora,
Que lenta va recuperando su reino finito.

Saluda a su vieja amiga  
Besa y engalana al niño mimado,
Que solo queda, tras la marcha del astro rey.

Arriba todo duerme,
Abajo, junto al río y entre sus calles, el bullicio despierta.

La suave brisa levanta la falda a la vieja ciudad,
Dando salida a los sueños, haciendo posible lo imposible.

Yo me retiro a cenar y de nuestra mesa a la vecina mesa compartimos espacio con la vieja Medusa, ¡que miren ustedes! no llego a morir.
El joven Perseo se apiado de ella, y cortando las cabezas de serpiente de su tétrico pelo, le permitió vivir como dama mortal, tuvo un hijo al que puede mirar y él la mira, corta la pizza, mientras ella, anciana desdentada, mira arrebolada, triste por el tiempo que se le acaba pero feliz de no convertir en piedra a su amado vástago. Plisa el floreado vestido, sin mirar a nadie más, cabecea lentamente y sueña cuando ella fue joven y en el sueño llama a Perseo, se siente cansada y quiere partir pues ya es hora y en su corta estancia, siente que ha sido colmada.
Pero ya no quiere seguir, dormir que es lo mismo que morir, pero en brazos de Morfeo, le gusta soñar que es un merecido final.

Y un guiño de este caminante a la mujer que sirve su mesa, levanta su copa de grapa y brinda por ella, pues hoy el caminante cae rendido a sus pies… Y quién no cae rendido ante ella... 
                                         la bella Firenze.

                                                                     Epi

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