Despierta el niño mimado…
Mira de reojo al astro rey y de la
fina honda sale disparada una piedra que
esquiva el sol, cambiando el destino de sus rayos hacia la blanca dama,
reflejadas en el alfiler de su pelo recogido. Las primeras ráfagas de luz.
Se melena cobriza, en red recogida, de
sus finos nervios asemeja la plata bruñida.
Despacio…
El astro baja por su delicado cuerpo en
colores de verde cobalto fundidos con su blanca piel, no hay más hermosura que
rivalizar pueda con ella, al no ser la alta aguja.
Cetro que se dispara al infinito para
dar cabida al nuevo día.
Del suelo brota cada mañana el viejo
arte, siempre nuevo, que la limpieza de sus calles se ha de llevar, para volver
con otro amanecer
Y es en esa hora cuando las lágrimas del
Vecchio se confunden en tornasolados colores con el verde apagado de sus
tranquilas aguas, lagrimas que cuentan del floreciente pasado a un atribulado
presente, donde se mezcla el llanto de los ausentes, con el llanto feliz de los
nuevos transeúntes.
Que la noche loca dejo historias para oídos
curiosos, pues en la mañana temprana cuando el día empieza a despuntar,
corrillo de gentes curiosas, van ha escuchar, y de la ondulación de sus
aguas suben estás historias, unas de amor las otras de necesidad, y algunas
más, que no por absurdas quedan relegadas, pues todo vale en esta mañana. Mientras
en la colina donde dormita el niño mimado.
El astro rey va lamiendo lento su
cuerpo,
Perdida queda la laureada cabeza
Antaño fue oro hoy, mármol sin corona,
Admira el astro tan gallarda postura,
Que mide en la distancia con cínica
mirada,
A esa altiva señora que ahora se
despereza.
Los curiosos se agolpan en serpenteante
fila, dédalo de países, Babel de lenguas, conforman los primero sonidos.
Mis pasos se pierden, dejando la piedra
a suntuosos jardines,
Donde invita a perderse al caminante.
El sol aploma al más pintado, lentos
como lagartos, en la sombra quedan retratados,
Con pasos cortos midiendo las fuerzas,
El ojo se llena, paleta de colores,
verdes campiñas, quedan a su espalda.
La tarde corre pareja junto al río,
millar de almas transitan en la misma dirección, un mismo destino, solo rendir
honores a la Dama.
Ráfagas de oro fino, ocres mezclados con
un azul lapislázuli,
Dan paso a un verde esmeralda,
Verdes lágrimas saltan, cuando el
barquero pasa
Son las mimas lágrimas que derraman los
ojos del Vecchio
Sobre el eterno Arno.
Y he aquí y en esta hora, donde confluye
pasado y presente,
Al calor de una decena de lenguas,
Con la licencia que da esa juventud que
se perpetua,
Algunas misturas más avanzadas,
Nos hablan de un otoño
De plateadas sienes que delatan el
invierno.
Todo es vitalidad en tan frugal momento,
Donde las miradas se confunden y
apremian los deseos.
El sol se inclina besando la noble
frente de tan hermosa señora,
El Duomo queda a oscuras,
Mientras otras luces más suaves van
dejando pasó a esa turba soñadora,
Que primero se dirige al río…
Donde libre el amor, los sueños y el
perderse en la mano que no mira e invita a desaparecer,
La vida prevalece sobre el día que
señorialmente se despide,
Dando paso a la calida noche,
Bóveda celeste, cuajada de blancos
cristales, donde los transeúntes
Que rendidos quedan,
Con un liviano beso y un guiño al
Vecchio
Que descansa en la argenta plata,
Manto que presta la altiva señora,
Que lenta va recuperando su reino finito.
Saluda a su vieja amiga
Besa y engalana al niño mimado,
Que solo queda, tras la marcha del astro
rey.
Arriba todo duerme,
Abajo, junto al río y entre sus calles,
el bullicio despierta.
La suave brisa levanta la falda a la
vieja ciudad,
Dando salida a los sueños, haciendo
posible lo imposible.
Yo me retiro a cenar y de nuestra mesa a
la vecina mesa compartimos espacio con la vieja Medusa, ¡que miren ustedes! no
llego a morir.
El joven Perseo se apiado de ella, y
cortando las cabezas de serpiente de su tétrico pelo, le permitió vivir como
dama mortal, tuvo un hijo al que puede mirar y él la mira, corta la pizza,
mientras ella, anciana desdentada, mira arrebolada, triste por el tiempo que se
le acaba pero feliz de no convertir en piedra a su amado vástago. Plisa el
floreado vestido, sin mirar a nadie más, cabecea lentamente y sueña cuando ella
fue joven y en el sueño llama a Perseo, se siente cansada y quiere partir pues
ya es hora y en su corta estancia, siente que ha sido colmada.
Pero ya no quiere seguir, dormir que es
lo mismo que morir, pero en brazos de Morfeo, le gusta soñar que es un merecido
final.
Y un guiño de este caminante a la mujer
que sirve su mesa, levanta su copa de grapa y brinda por ella, pues hoy el
caminante cae rendido a sus pies… Y quién no cae rendido ante ella...
la bella Firenze.
Epi
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