Dicen que Icaro, murió por tentar a la suerte, que subió
tanto que el Sol termino por derretir la cera de las alas. Más bien creo, que
Icaro vio la magnificencia del astro Sol. Que la luz lo cegó de tal manera que
arremetió contra él, para que le dejara
entrar en sus dominios.
Dicen que cuando calló
desde esa altura, tan solo encontraron esparcidas unas cuantas plumas,
un armazón en mil pedazos y la carcasa amojamada de un cuerpo vacío y seco. Que
su esencia como energía paso a formar parte del astro Sol y dicen que las
tormentas solares, son el espíritu liberado de Icaro.
Él, que se arto de vivir entre los de su especie, ahora
brilla como un mito más, como una historia que cuentan los viejos del lugar,
cuando el sol va perdiendo su fortaleza y se le puede mirar de frente sin que
afecte mucho a tu mirada, se la cuentan a los jóvenes, como ejemplo de ímpetu,
coraje de superación e irresponsabilidad.
Más yo pregono, que de todos los cantos de libertad
entonados por los hombres, este fue el más puro, el más breve y el más intenso.
Es mi forma de ver las cosas, le dijo Carlos a Ariadna,
leí la historia y me gusta más la mía y mira que es bella la que cuentan esos
que se desaparecieron hace siglos.
Ariadna lo escuchaba con devoción mientras se deleitaba
con la hermosa presencia del muchacho, el pelo ensortijado y oscuro, la piel
suavemente dorada, los músculos elásticos y una mirada llena de luz que se
debilitaba una vez dejaba de hablar. Le hacia gracia como se expresaba Carlos,
como si fuera de otra época y estuviera en su presente con tiempo prestado. Terminaba
todo lo que hacia como si siempre se estuviera despidiendo. Le gustaba verlo en ese deporte que se hace
con una cometa y una tabla, el mismo que llaman Kitesurf, viéndole, parecía
fácil, rozaba lo extremo en algunas ocasiones y cuando el se metía, había una
legión de curiosos sentados en la arena que no perdían detalle y lo jaleaban
desde la orilla. Los saltos más increíbles los realizaba con tal sencillez que
dejaba pasmados a los más veteranos, no parecía que le costara esfuerzo, y lo
que más pasiones levantaba era cuando después del salto, conseguía mantenerse
en suspensión, con el Sol de fondo, como si volara se decían unos a otros.
Terminado el día, recogía su equipo, buscaba a Ariadna
entre la multitud y se marchaban juntos a la caravana. Una ducha y una cena en
el chiringuito, luego se apartaban lo suficiente del gentío y con sendas copas
de mojito despedían al Sol y esperaban pacientemente a que la Luna y el viejo Morfeo
extendieran su breve reinado. Era cuando Carlos entraba en depresión y Ariadna
tenia que hacer un sobre esfuerzo para recuperarlo, para que fuera el muchacho
que a ella le gustaba, aunque sabía por experiencia, que esta historia, este
pequeño romance de verano se acabaría y volvería a estar sola.
* * *
Ella y su dédalo de pasiones imposibles, ese laberinto
que le había tocado en suerte sin
pedirlo, ella que en más de una ocasión había prestado su hilo para que
otros derrotaran sus miedos. Ella que llevaba su vida como una condena y es que
desde pequeña siempre se había rodeado de este tipo de gente, brillante pero
efímera, narcisista y depresiva que necesitaban la constante aprobación del
resto de mortales, parra asegurarse que merecía la pena vivir. Músicos poetas,
escritores algún que otro pintor y cabalga olas, como Carlos.
Personas que parecían haber escapado de otras épocas o
haber cruzado un espacio tiempo y saltado de un mundo paralelo donde eran
comprendidos a este otro, donde solo Ariadna era capaz de retenerlos y amarlos
durante un tiempo. Luego la cruda realidad, que cada vez la dejaban más
pillada, más perdida y con ganas de seguir los pasos de sus amores ya
desaparecidos.
Tenía Ariadna publicado un libro de poemas al que
pertenecía parte de este
*
…Nacer sin ganas, sin aliento
Con el curso del devenir vivido
Otra época otros lugares
*
Fogonazos de la memoria que no sueños
Comprobar que el curso de los ríos ha cambiado,
Que no les perteneces ni te pertenecen
*
Donde reinaba el dios Pan, hoy desiertos
Y en los corazones…desasosiego
*
Tener acceso a ti mismo
Tan solo en el reino de Morfeo
Saber que el sueño, ha sido vivido
Que es vedad, y no es soñado
*
El espejo en el que te miras, no te aclara nada
Solo arroja más dudas
Extranjero en el mundo que te toca vivir,
¡Sí que es sentirte solo y desolado!
*
Tan solo tú y el extremo que me retiene
Y es a ti Ariadna a quien dirijo mi suplica
Faro en la noche oscura del alma
Hilo conductor en este cruce de sensaciones
contradictorias
*
No hallo descanso para este cuerpo fatigado
Desde la cima, tan solo saltar y liberarme
Un impulso hacia el sol para caer eternamente y
desaparecer
En esa niebla que engalana el monte del olvido
*
Mi salto y yo
En mí caída tan solo tú
No quiero nada más
Mi buena, Ariadna…
Como este extracto se encontraba el libro repleto, sin
firmas, anónimos bajo su custodia.
* * *
Poemas de ausencias, de vidas mutiladas por el amor y
recuperadas por ella. Un libro que Carlos leía hasta la saciedad y luego
comentaba con ella algunos pasajes y ella se esforzaba, pues la desolación
asomaba por el rostro de él y juntos se fundían sobre la arena en un
melancólico abrazo acabando en un ronroneo de cuerpos necesitados de caricias y
amor.
Un día le dijo a Ariadna que tenia un poema escrito y
quería que ella le echara un vistazo para omitir una opinión. Ariadna lo miro
con los ojos arrasados por las lagrimas y salió corriendo, se refugio en la
caravana y cuando estuvo preparada, desapareció durante unas semanas. Tiempo
que Carlos aprovecho para practicar el Kitesurf, todas las mañanas se le podía
encontrar obsesionado, dirigiéndose hacia el sol con la vaga ilusión de poder
como Icaro, penetrarlo y desaparecer, la vida no le entusiasmaba demasiado, tan
solo deseaba realizar la gesta de Icaro pero desde el mar y penetrar en el
astro Sol para desaparecer, encontrándose con todos los que un día, sin mediar
palabra, acortaban de una u otra manera su estancia en la tierra.
Conocía bien esa sensación, esa dulce agonía ese
inconformismo. A su manera como Ulises, en busca de su Itaca, en busca de su
redención, a sabiendas que no hay más que rascar, somos el tiempo que nos han
prestado y la intensidad con la que lo aprovechemos.
Cabos sueltos de una anomalía, extranjeros en esta época
lo más parecido a una reencarnación incompleta, nuestro cuerpo nace en este
presente y nuestras mentes vienen con el bagaje de otras muy distintas,
sintiéndonos presos e incomprendidos, sin dejarnos ver lo hermoso que tiene
este tiempo que nos ha tocado en suerte.
* * *
Ariadna en un cuarto de un hotelito en Conil, la ventana
abierta al mar, se dejaba llevar por el recuerdo de tantos, seres a los que
intento ayudar y que en última instancia decidieron soltar el hilo de su
salvación y optaron por anularse, por coquetear con la parca, tentando al
destino hasta que este cansado les aceptaba el reto, haciéndolos desaparecer y
como muestra de su paso por la tierra y de su tiempo con Ariadna tan solo
dejaban un poema.
Poema bello pero triste, con giros de libertad plena con
final trágico, nunca lo firmaban, se lo regalaban a ella, para luego
desaparecer como si no hubiesen existido. Ella se encargaba de recopilarlos en
un libro, para que el mundo tuviera noticia de ese existencialismo salvaje de
ese inconformismo que terminaba por apagar la llama, por segar la vida de aquellos
que la menospreciaban.
La mayor parte de ellos se iban con una sonrisa y una paz
que a ella la desarmaban. Solía caer en un abandono de si misma, cada vez que
esto acontecía, hasta que el tiempo le restallaba las heridas del corazón y sin
saber como, en un eterno déjà vu, hacían de esos momentos los más intensos y
los más dolorosos.
Volvieron a encontrarse un día en el que el sol brillaba
de una manera especial, había que mira con gafas oscuras para poder abarcar
toda su inmensidad, se abrazaron sin reproches, sin comentar tan siquiera esa
breve ausencia. Él se sentía exultante y ella no quería emitir suplica alguna,
tan solo beberse hasta el último aliento del tiempo que les quedaba por compartir.
Tendida en el suelo la cometa, rodeo la cintura de ella y se fundieron en un
beso casi eterno, impregnado de melancolía, de viejos recuerdos compartidos.
Acto seguido le pidió a ella que levantara la cometa
y cuando la hubo levantado por encima de su cabeza, esta
se hincho como si estuviera ansiosa por navegar, una lagrima afloro,
escondiéndola con premura la convirtió en una sonrisa forzada.
* * *
La hora de la verdad, en un verano que empezaba a
despuntar, con los días más largos y los atardeceres más hermosos. Carlos sobre
su tabla e impulsado por su cometa se dirigía hacia el sol en su último
brindis, antes de que este se despidiera, dando paso a la luna nueva que espera
paciente el desenlace. Los curiosos se sentaron a disfrutar y Ariadna hizo lo
propio pero apartada del gentío ella sabía como terminaba la exhibición, para
el resto sería algo que contar y algo que a la mañana siguiente no sabrían
distinguir si fue real o un sueño.
Cuando apenas era un punto en el horizonte, cuando la
lengua o el camino de luz que moría en la orilla empezaban a desaparecer,
Carlos acometió el gran salto, el salto de la provocación, el envite que
lanzaba al destino y a la propia parca, rogando que le permitieran llegar al
mismo Sol. Un punto al principio oscuro se fue transformando en ave fénix, los
espectadores de la orilla quedaron en suspenso, una furia provocada por esa adrenalina
colectiva se fundió en un grito de admiración… luego el silencio, vieron como
del sol explosionaba, al principio una amarilla casi difuminada, terminando en
una llamarada en una pequeña tormenta solar que levanto una calida brisa.
Ariadna se levanto y echo a andar sin rumbo.
* * *
Un año hace de esta historia, la cometa no apareció nunca
ni Carlos tampoco, la gente no se acordaba de ese día. Ariadna lo sabía,
sentada miraba la inmensidad por no fijar la vista en nada concreto, la memoria
volaba libre, una nostalgia fue invadiendo su corazón.
-Hola
Ariadna se sobresalto, no podía ver bien el rostro de su
interlocutor, se encontraba de espaldas al sol y le devolvió el saludo
- Perdona mi nombre es Manuel
-Ariadna
- como la del laberinto, apostillo él
-si… como la del laberinto le secundo ella.
Se sentó a su lado y esperaron el ocaso, ver como el
astro se retiraba y como la negra noche empezaba a ganar terreno.
-¿te gusta? pregunto Ariadna
-sí, me encanta esta decadencia orquestada, siempre la
misma y nunca igual, a cada cual más bella. Representa regeneración, espera y
ganas de vivir para ver otro atardecer más, para encontrarte y tener la excusa
perfecta de permanecer a tu lado.
Ariadna con los días se fue dejando llevar, con los días
fue dejando su corazón en manos de Manuel. ¡Que vitalidad! vida exuberante por
todos los poros de su piel, fue entrando en el olvido voluntario, empezando una
nueva historia. Historia con un final predecible, donde ella será la
protagonista absoluta, por fin había encontrado en Manuel el depositario de tan
pesada carga, no le enseño su libro de anónimos poemas, no quería que él se
convirtiera en un verso melancólico.
Pasaban los días, hasta que un noche hermosa, cuajada de
estrellas y una luna tan inmensa que hacia desbordarse al mar, tendió su puente
de plata para ella. Se dio la vuelta, beso a Manuel, pidió que la dejara sola que en casa se encontrarían
dentro de un rato. Manuel no sospechaba nada, le devolvió el beso y sonriendo
marcho, hasta desaparecer.
La noche transcurría apacible, la luna llena iluminaba el
mar y una lengua de plata venia a morir a los pies de ella. Dos bases de piedra
emergieron del agua, cuando la marea termino de bajar, sobre ellas dos columnas
gigantescas brotaron, según iban creciendo se arqueaban ligeramente uniéndose
en el vértice más alto, hasta convertirse en una apariencia humana, un coloso
de treinta y dos metros de frió cobre, como fría era su expresión.
Ariadna dejo sus ropas dentro de la bolsa y esta en la
oquedad del viejo bunker, donde Manuel miraría cuando regresara a buscarla.
Cambio su atuendo por una túnica corta, se recogió el pelo, ajustándose una
fina diadema con delicados motivos florales esculpidos, un brazalete de oro a
mitad del brazo y unas sandalias de cintas de cuero que al igual que
enredaderas subían fijándose a sus
gemelos. Se dirigió hacia el Coloso, posando su calida mano por el frió metal
de sus piernas haciéndolo vibrar. No miro atrás, según se adentraba por esa
lengua de luz, camino de la Luna,
fue sintiéndose más etérea, a mitad de camino empezó a recordar quien era y
hacía donde se dirigía, una paz la fue embargando.
Un leve resplandor la sorprendió, una pizca de oro que
alternaba con la lengua de plata, sujetada por una sombra gigantesca.
–bienvenida Ariadna
-quien eres que no te distingo bien
- me conoces con el nombre de Prometeo
- una sonrisa acudió a los labios de ella, ahora no tenia
duda, el gigante Prometeo la guiara con su antorcha de cañaheja en tan largo
viaje, se sentía segura con el protector y guía de los mortales, nada debería
de temer de los dioses, prometeo la protegería del mismo Tanatos.
Manuel se acercaba por la orilla, la mirada perdida en la
redondez de la luna, creía haber visto una luz como fuego que se adentraba mar
adentro y dos figuras que se difuminaban lentamente, como si hubiesen
encontrado una puerta por donde entrar.
Una gigantesca sombra se desplazo a ras de suelo, dejando
pasar la luz del faro de Trafalgar, que en su constante barrido dejaba entrever
unas huellas de pies pequeños que se adentraban en el mar, y Manuel supo lo que
había ocurrido. Se dirigió al bunker antes de sentarse en la orilla, cogió las
pertenencias que dejara Ariadna y una vez sentado miro en el interior de la
bolsa, encontrando un libro, el cual se puso a ojear.
¡A Manuel…! mi Teseo
Que el
dolor no te embargue
Porque
la ausencia no es tal,
*
Llegamos
de prestado,
Anomalías
del espacio tiempo,
Viajeros
involuntarios en mundos paralelos
Trozos
de historia que saltaron del orden establecido.
Almas
errantes, sin patria ni época
Segundas
vidas prestadas
*
La luz
que emana
tan solo
polvo de estrellas desaparecidas
Espejismos
tangibles con fecha de partida.
Hasta
que los astros se conjuren
Atrapados
en este presente.
*
Tan solo
el sueño nos acoge
Solo en
el sueño tenemos cabida y existencia
Precariedad,
búsqueda desesperada de luz
A
Prometeo invocamos
Que su
fuego nos caliente
Que su
luz nos guíe en el regreso
En este
enfermizo deseo por desaparecer
Buscamos
el descanso, el equilibrio restablecido
*
Por los
senderos de luz llegamos a través del espacio
Por los
mismo senderos marchamos
Aquello
que aprovechemos será nuestro legado
Los
rostros amigos, aquellos que nos comprendieron
Aquellos
que encontramos
No
pensar no leer, no tender más manos ha viajeros perdidos
*
Amado Teseo,
Aquí en tu regazo,
Me
encuentro sola y no se cuando he de partir
Abrázame
que tengo frío y estoy cansada
Tan solo
deseo, dormir el justo sueño
Y
mañana… cuando ya nadie me recuerde
Despertar,
en tus brazos
La
primavera de nuestras vidas agotar
Hasta
que los dioses nos reclamen
*
Anomalías
del espacio tiempo
Inconformistas
de otras edades
En otras
épocas
Escapistas
hacia las estrellas…
Manuel entre un regusto a añoranza y una mezcla de
extraño júbilo, releía la nota dejada por Ariadna, el perfume de ella, flotaba aun
en el aire.
Ahora sabía que le pasaba, sabía quien era en realidad, tan
solo esperar y guiar a otros hasta que alguien cogiera el relevo. Hasta que el
camino de vuelta quede nuevamente abierto, pacientemente esperaría su momento. Hasta
entonces, amores pasajeros, amistades duraderas y hermosas tardes en las puertas del tiempo
Como viejos colosos de piedra permanecen enterradas,
donde los pescadores se debaten con las olas y los niños juegan a ser piratas.
Donde al caer la tarde, para el que sabe escuchar, llegan
en la brisa del mar, hermosos cantos de sirenas, con historias paralelas de
otras épocas…
Epi
Epi
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