martes, 24 de junio de 2014

El último adiós…


Aún recordaba cuando de niños corrían cogidos de la mano por las fincas colindantes al pueblo, del sabor del agua cuando el se la acercaba en el cuenco formado por sus manos y ella intencionadamente lamía su palma, mirando por el rabillo del ojo como él se estremecía y la mojaba para que se apartara mientras ella reía como una niña, la misma mano que cogiera la suya para ayudarla a encaramarse en la vetusta higuera, donde solían pasar largos ratos imaginando, una casa a esa altura envueltos en el aroma dulzón de los higos maduros.
Manos que por primera vez dejaron de ser inocentes, para recorrer su cuerpo, ella era ahora la que se estremecía con el dulce recuerdo. Ahora tan distantes y tan frías como el mármol.
Con la esponja humedecida fue limpiando el rostro de él, miro sus ojos cerrados,  – que se parece el sueño a la muerte, pensaba en voz alta, esperando una respuesta que jamás llegaría.
Fue atusando el pelo, desenredando con amor el entresijo de caracoles negros que cubrían su frente, metiendo los dedos, como si quisiera atrapar su pensamiento, apoderarse de sus recuerdos y comprobar que ella formaba parte o al menos un apartado especial, en ese mundo que se imaginaban y donde vivían a espaldas del resto, cuando aún la vida eran  risas, pequeñas riñas amorosas para futuros reencuentros.  

Los parpados cerrados ocultaban el negro de sus ojos, espacio infinito donde ella se miraba coqueta y esa nariz recta de corte romano, como esa estatua de Adriano o la del bello Antínoo, al que por amor levanto la bella ciudad de Antinópolis, en el antiguo Egipto. Se sonreía para sí, que ella era de chicha y no de limoná como solía decirse (ni chicha ni limoná, ni carne ni pescado).

Admiraba a ese emperador capaz de tanto amor y a su amado, por el supuesto suicidio para que Adriano pudiera burlar a los fatídicos hados que abrían predicho su muerte. Sí, le gustaba esa entrega, su vida a cambio de que él viva más tiempo del establecido, en fin es lo que había leído, y la historia ya se sabe, la escriben los vencedores. Aún así le encantaba ese relato.

Una lagrima se le escurría por la mejilla, agua salada que tantas veces el con un beso le arrebatara, llevando sus labios a los de ella, devolviéndole la seguridad y la fuerza que a menudo ella perdía. Frontera de besos pasados, de versos escritos que en la intimidad le recitara, susurro de agua, manantial sereno donde su corazón descansara y ese talle... Tronco poderoso, en el que descansara entre lance y lance, ahora lo besa con nostalgia mientras la esponja absorbe el agua aromatizada que ha quedado estanca en su ombligo, poza minúscula, cordón umbilical de sus pasiones.

 –Quien fuese Diosa, quien tuviera en su mano el poder de regresarlo, no llevaba ni doce horas ausente y ya lo echaba de menos, como si las doce horas fuesen doce años y su memoria… -¡Que perra vida! se sorprendió gritando en la soledad de esa habitación. Despacio lo fue vistiendo, su camisa de lino, arremangada media cuarta por encima de la muñeca, como a él le gustaba, el pantalón de hilo, con esa caída, delataban unas piernas bien formadas, de músculos estilizados y unos pies perfectos en sandalias de cuero.
Abrió el sobre que le dejara sobre la mesita, leyó detenidamente, doblo la cuartilla varias veces, luego la beso y la escondió entre las ropas de él.

                                               *       
Cuando yo muera que no me lleven flores
Que se ahorren las lágrimas póstumas
Pues en vida no estuvieron cuando los necesitaba
                            *
¡Que no vengan!...
Te lo ruego… pues la gélida muerte me mantendrá desprotegido,
Estático y expuesto a las miradas curiosas y sin respeto,
Sin amor… de esos que andan de entierro en entierro
Para así asegurarse un lleno completo en tan aciago momento

                            *
Visitadores ávidos de chismorreo, querrán acompañar a este cuerpo
Hasta su última morada y eso no me apetece
Es como asegurarse que te dejan bien encerrado,
Sin salida, para formar parte de tan sórdido lugar
                            *
¡Que ya es duro  morirse!
Quedarse en la más absoluta de las inequidades que es la muerte
En el limbo ficticio de las religiones
                            *
Cuando yo muera tan solo tu presencia hara más llevadero el viaje
Tus manos sobre este cuerpo yermo, tus quejas, las heridas abiertas
Y los buenos momentos.
                            *
Incinera mis restos y espárcelos,
Que no quede huella ni memoria de mi paso
Tan solo tú, testigo temporal a quien tanto he amado
Y si este transito me lo permite… seguir amándote
Desde la nada más absoluta, desde el vacío
Eterno etéreo, en el viento o sobre las flores
Los átomos de mi cuerpo podrán acompañarte
Adherirse a tu vestido, besar tus pasos, mezclarse con tu pelo
                            *
Cuando yo muera amor, promete tan solo una cosa…
Bueno dos.
Cuidarte y amar de nuevo y cuando estés sola
Una copa de vino y un brindis por los dos a la luz de la luna
                            *
Cuando yo muera amor, olvídame un tanto si puedes
Y vive… que aquí donde me hallo no hay nada que ofrecerte
…Amor

Besos sus labios y quisiera como Julieta llevarse el veneno de su Romeo, ¿que iba ha hacer ahora?, a quien amaría, a quien dedicaría sus días con sus noches, que poderosa excusa tendría ahora para levantarse cada mañana y aguantar tanta soledad. Pero solo encontró frió donde hubo calor, indiferencia y lasitud donde antes hubo devoción, yermos labios como frías las manos…

-Cuídalo, no lo dejes solo Señora, si, no, ¿para que  te lo llevas…? como una letanía monocorde, una oración a no se sabe que Dios dirigida. Dos monedas de plata para el barquero, un guiño pidiéndole a Virgilio que no lo abandonara, que guiara sus pasos por ese otro mundo. Quisiera ella ser Beatriz, sueño de amor en esta aciaga hora y esperar al final  del viaje para reencontrarse con él. Pero la realidad pesaba, se hacia sentir, el calor empezaba a ser sofocante, un calor y una quietud que amenazaba con romper a llover, una tormenta de verano.

No era Beatriz ni Julieta, más bien se comparaba con esas plañideras con el rostro manchado de ceniza, los pelos ajados cubriendo sus ojos y las manos crispadas de arañar la tierra.
Se preparo para salir, no quería ser vista por nadie, no soportaba la curiosidad de la gente, la falta de respeto de la mayoría que tan solo iban por cumplir. Sin importarles el dolor ajeno y la necesidad de estar a solas con él, a solas con los recuerdos.
Con la zozobra de tener que interrumpir esa comunión tan intima con su amado, para escuchar un lo siento y ese abrazo funcional que no trasmitía nada, ese escrutar de los más viejos por ver si tu rostro espejo de ese alma abatida, hacía justicia a la gravedad del momento.

¡Que asco! pensaba, mientras era sometida al tercer grado de sus sentimientos y encima aguantar esos chistes tan malos, que pasaban de entierro en entierro, arrancando las mismas risas forzadas, mientras otras manos se apretaban cerrando posibles negocios en tan lúgubre oficina. ¡Sí, hacía bien en no estar presente!

Ahora solo quedaba incinerar el cuerpo y que le entregaran una cajita con sus cenizas, eso y la más intima de las soledades. A eso se reducía  la vida, al resumen de un metro noventa de estatura, en un cuerpo de atleta, cuarenta años más cinco de pasión, quedaban reducidos a unos dos kilos y medio aproximadamente de cenizas, que terminarían volatilizándose en el viento, asentándose en los charcos de agua, en los regatos o adheridas a las piedras.
Pensaba que así estaría bien, allá donde dirigiera sus recuerdos, las veces que lo nombraría, las lagrimas y con el tiempo, un pequeño resquemor que en días puntuales se acentuarían y en anécdotas cotidianas, que mantendrían el recuerdo vivo de su ausencia, como un tiempo que ya no volverá, quedando encerrado en el trastero del corazón….
                                                                                  C`est la vie
                                                                                                               Epi

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