
Corrían desbocados uno al encuentro del otro, tragedia
sin palabras, atravesando los moteados cultivos de algodón, campo níveo y traicionero.
Jirones de ropa, de piel quedaban prendados, entre las espinas de tan blando
fruto. Desgarrones al viento como viejas banderas de plegarias, pidiéndoles a
los dioses que los tuviesen en su favor.
sin aliento, apenas sin forma dos cuerpos celestes, erosionándose
en esa loca carrera que acabara por desaparecerlos, amasijo de tendones
desgarrados, en tan frenético encuentro, cuerpos que más que abrazarse, caen por
el dolor y el agotamiento uno encima de otro. Labios que se funden en un largo
beso, como si quisieran beberse uno en el otro, mezclarse y desaparecer,
gemidos de pasión, de ira y dolor. Contra viento y marea oleadas de un último
amor. ¿Quién pone puertas al campo? ¿quién intenta razonarle al amor?
Luna en cuarto creciente, vacío de estrellas, tan solo
el lucero es testigo mudo de este amor, testigo de esta tragedia en un acto. Un
fogonazo de luz desbela los cuerpos de un joven de 20 años, de diecisiete su
amor. Breve luminaria que el viento deshace, en una explosión, millares de
gotas de rubís, salpicando el espacio, tiñendo de rojo los algodonales. Luz efímera
que desaparece oscureciendolo todo.

Él comprende ahora su intransigencia, cuando su hijo
le dijo que era amor, y el no quiso escuchar… ahora entienden los dos que no
hay resurrección.
…Ahora solos, con el
eco de su eterno adiós
Epi
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