Papeles y más papeles, de todos los tamaños de todos los colores, hechos
bolitas arrugados, unos, otros con grasa, los más, de esos que te dan en la
canecería. Notas pensamientos, ideas sueltas. Pena daba verlo, desmadejado,
espantapájaros remendado. Solo, las más de las veces, y las pocas que se le
veía con alguien, los chismosos siempre sentenciaban “de dudosa catadura”. Poco
se sabía de él, que un día bajo del viejo autobús de línea, suponiendo que
llegaba de la capital, que era poco suponer, pues entre el pueblo y la capital
había unas siete paradas y de cada una llegaban al menos un autobús de otros
lugares. Sus documentos estaban en regla, que ya se encargo el municipal del consistorio
en requerir su carné, por eso sabían que se llamaba Juan Alba Heredia, pero él
siempre se presentaba como Alba, no por que no le gustase Heredia o Juan, que
denotaban su ascendencia gitana.
No, a él le gustaba Alba, le sonaba a fresco, a renovarse cada día, decía
que era lo mejor de la vida. La despedida de la oscura noche, el calorcito
tímido a primera hora y el despertar de todas las cosas, siempre tan optimista.
Le gustaba por la mañana ver a los niños, ir corriendo y jugando para la
escuela del pueblo, siempre tan alegres, con tanta vitalidad. Solían pararse a
escuchar su saludo, y alguna historia de esas que les gustaban a ellos, llenas
de fantasía, algunas de miedo y siempre seres mágicos que vivían en la espesura
del bosque o al calor de las chimeneas de sus casas. Luego salían corriendo,
cuando el maestro les daba la voz, mientras le hacia un guiño para que luego se
pasara por la escuela, cuando esta había terminado.
Pedro el maestro, tenía por costumbre tomarse un vino, al terminar la jornada, y desde que estaba Alba, le había
cogido el gustillo por su compañía y charlaban largas horas, sobre el campo,
las gentes y otras cosas que el vino hace decir a las almas, que en estado
sereno serian incapaces de soltar tanto lastre.
Pedro tuvo un romance con una mujer del pueblo, María. Marchaban las tardes
a pasear por los lindes del bosque, a María le hacia bien, cuando nadie los
miraba se besaban con urgencia, y si nadie les seguía el le pasaba el brazo por
el hombro y ella se cogía a su cintura y sin decir nada más, sin cruzar
palabra, levantaban el mirar hacía el horizonte que las tardes eran en esa
época auténticos cuadros campestres. Que ni el mismísimo Díos los pudo crear
mejor. De vez en cuando cruzaban sus miradas y
ella se ruborizaba, como una colegiala. Ni la más hermosa de las rosas
con su belleza se podía igualar, o al menos esto es lo que sentía Pedro cada
vez que la miraba.
La mala fortuna, el destino o llámenlo como quieran. Una mala noche entre
estertores, hizo que María no volviese a despertar, anclando a Pedro en la
sordidez de su existencia, auto condenándose a vivir el resto de sus días en
ese pequeño pueblo, sin más ilusiones que sus clases, el vino y ahora la
compañía de ese personaje. Con el que, se podía permitir sacar de su interior
todo ese dolor acumulado y encontrar en el amigo, la paciencia y la comprensión
necesarias, para seguir un día más, en este mundo vacuo y desprovisto, de la
fuerza y el estimulo necesarios para romper la monotonía, y así tener al menos la esperanza, que justificara
su existir.
Alba se limitaba a escuchar, en principio, mientras golosamente paladeaba
ese rico vino que el bueno de Pedro le obsequiaba por escuchar sus cuitas. El
respondía siempre lo mismo. Pedro, el mundo es más grande de lo que tú piensas
y la vida aun que te duela, no acaba aquí. Ya se que María lo era todo, pero
seguro que estaría encantada de que siguieras viviendo, conociendo gente,
haciendo realidad vuestros planes. Desgranados en esos paseos vespertinos, alejados
de las miradas insidiosas de los chismosos del pueblo. Seguro que le gustaría
que tuvieses otra mujer, hijos en fin que vuelvas amar.
Pero ya Pedro andaba en otros mundos, en otras compañías, sentía como el
sol calentaba su rostro, he imaginaba que andaba con María por la ribera del
río, cogidos de la mano para despedir al día.
Ya sabía Alba, que a estas alturas de la conversación y el tomar copa tras
copa, sumían a Pedro en su mundo particular. Es cuando él bajaba la voz hasta
enmudecer y muy sigilosamente, se marchaba sin hacer ruido, llevando en el
bolsillo de su desgastada chaqueta, el resto de vino que quedaba en la botella.
Uno de esos días, no pregunten, que yo no sabría decirles. Como les decía,
la mañana apareció envuelta en brumas, el sol a duras penas iluminaba y a duras
penas calentaba. Alba tiritaba de frió, el café de Lucio aun no había abierto,
y Alba tenia la urgencia de calentarse el estomago, como era habitual en él,
con un caragillo de anís acompañado de un cigarro y de las crónicas del pueblo
que el siempre charlatán de Lucio le gustaba adornar, como juglar de esta corte venida a menos.
Ocurrió que se encontró con Julia, la mujer del alcalde, no era guapa como
suele decirse, tenía un atractivo especial cuando miraba, un hablar tranquilo y
suave, que hacían de la conversación más baladí, un deleite para cualquier
oído. Alba, dejaba lo que estuviera haciendo y se apresuraba para coger,
ceremoniosamente su carga y la acompañaba, dejándola siempre en la puerta de de
casa, sin atreverse a franquearla, o a la salida del pueblo, donde ya alguna
mujer la esperaba, para seguir juntas, el camino, el se despedía sin levantar
la mirada que le delataba, y atropelladamente volvía a lo que estaba haciendo,
pensando que de esta forma, podía en lo posible, mitigar, los falsos rumores,
que esta sana actitud, pudiera perjudicar, a su honor. Pues la gente ociosa,
parece estar en lo suyo, cuando realmente anda mirando la paja en ojo ajeno,
sin ver la viga de desvergüenza y podredumbre que ciega y ensucia sus anodinas
vidas.
Se enamoro el primer día que la vio cruzar la plaza, sin saber quien era,
como si la luz de pronto brillase, por su sola presencia. Desde entonces, desde
ese día decidió quedarse en el pueblo, sobrevivía a base de hacer favores, trabajos
en el campo, unas veces segando, otras limpiando sarmientos de alguna viña y
siempre arreglando cualquier contratiempo en la casa de quien lo solicitara, ya
fuera un atasco, arreglar un granero o simplemente encalar la fachada. Solo una
vez tuvo ocasión de hablar con ella, sin que nada ni nadie perturbara ese
momento mágico. Cuando ella no miraba, el iba de sus ojos a su pelo, le
encantaba el gesto que dejaba en algunas expresiones, y el volar tranquilo de
sus manos, para explicar esto o aquello. Agachaba la cabeza y aspiraba el suave
perfume, del tilo que ella, siempre llevaba prendido de sus ropas, a su lado se
sentía inmortal como Sigfrido.
La vida de Julia, era como otra historia más. En las zonas rurales aun
quedaba el planificar las bodas, esa fea costumbre de mangonear la vida de una
hija, en pos de un futuro y una felicidad incierta, para ella. Cuando en el
fondo lo que se buscaba simple y llanamente, mejorar el status social y
económico de los progenitores. Unos por aparentar y sumar hacienda y los más
por salir de la miseria, y levantar con falso orgullo la cabeza. Cuestiones
mercantiles, en detrimento de un ser, dudosamente querido. Ricardo, provenía de
una familia de grandes extensiones de
viñedos, ganado vacuno y un molino propio, que con el tiempo había visto
menguar su fortuna, por la vida disoluta del abuelo, que no pasaba una tarde
sin festejos, las noches con cartas y los fines de semana en la capital con una
joven amancebada, que le sacaba todo lo que podía y más, por los servicios
prestados, caro le salía a la familia, el canto del cisne. Pero que se podía
hacer, era dueño y señor de toda la hacienda y en aquellos tiempos ya se sabe…
Consiguió el padre de Ricardo, remontar algo su fortuna, de lo que pudo
salvar, mando al muchacho a estudiar fuera.
Y con el tiempo, la necesidad de sus vecinos y el dinero que fue
dejando, consiguió que su hijo llegara a Alcalde en unas elecciones, en las que
solo fueron candidatos Ricardo y dos comparsas más, que se retiraron a medio
camino, no sin antes pactar el precio de su suicidio político, dejando vía
libre al único aspirante al cargo. Fue entonces cuando conoció a Julia, tendría
unos 20 años y se encapricho de ella, que en esto de los enamoramientos, para
ciertas personas, siempre queda en tela de juicio. Al padre de Ricardo no le
pareció mal, daba lustre a la persona del Alcalde y como una mercancía más
trato con los padres de esta.
Poderoso caballero, es don dinero, sin pena ni gloria, paso a ser esposa
del Señor Alcalde, y no hablamos de los padres, por que Julia prefiere pasar
esa pagina triste de su vida, que le condeno a esta otra. Con más lujo, sin
precariedades ni miserias. Pero sin amor, como flor que pierde el olor, hermosa
¡sí!, pero sin esencia. Hasta que llego una mañana, ese forastero. Cambiándolo
todo en su monótono existir.
Esa mañana como decíamos. Disculpen que me desvíe del tema, que le doy a la
hebra y acabo como las comadres, divagando en dimes y diretes. Acompaño nuestro
Alba a la señora Julia, que quedo días atrás para entregar unas muestras de
encajes, de un vestido nuevo, con el que tenía el dudoso honor de asistir a una
gala benéfica para los niños del orfanato de San Rafael, donde como era
habitual, comerían y beberían hasta hartarse y cerrarían algunos negocios, con
pingues beneficios para los cuatro afortunados de marras. Pues bien, en un
susurro, le dijo:
- esta noche como hemos quedado, tu me estarás esperando a la entrada de
Sarra, no te dejes ver, pasamos la noche en la casa que hay cerca del puente y
mañana por separado subimos al autobús.
El asintió con la mirada, y se despidió en voz alta -¡Si no manda nada más,
Señora Julia, me vuelvo a mis quehaceres! ella le dio una propina, como venia
siendo habitual, por el servicio prestado, y el marcho como loco, pero no a
trabajar, compro vino y se planto frente a la puerta de la escuela, hasta que
Pedro le dijera que podía pasar.
Hermoso amanecer, Pedro iba con una sonrisa nueva, había preparado la
maleta, puesto su mejor traje y espero a que los niños llenaran la mañana con
su sinfonía de voces.
Hoy no habrá clase, ni mañana, el lunes mandan un
maestro nuevo de la capital, yo marcho, que ya nada me ata en este sitio, pero
antes quería despedirme de lo único que merece la pena y esos sois vosotros, he
encargado a Lucio chocolate y churros que nos lo traerá a la escuela y luego
marchare.
Entre algarabía de sonidos alegres, entre juegos,
algún que otro llanto, despidieron los niños a su maestro. En el suelo de la
plaza un remolinar de hojas secas, traían escritos estos versos, el agua de la
fuente, espejo de los que mirar saben, un camino de flores y dos enamorados,
¿Quiénes? cualquiera sabe. Pedro marchaba tranquilo, alegre, se marcho su
amigo, ahora el sería el siguiente que el autobús de la vida esperaba y solo
salía al Alba…
el viento en su constancia de
viajero,
tu nombre susurra, y a mi me basta.
Inmensidad, en revuelo de hojas
secas,
que hasta la plaza llegan, en rodar continuo,
sin prisas,
Como manantial sereno,
leve desorden, que provoca la lluvia
en su caer,
hace saltar en mil pedazos, el espejo que
tú rostro refleja,
agua fresca, vida que se renueva, para luego recomponer sin falta.
-Si por azar, amor el destino, en su
continuo rodar,
en la plaza de tu vida me dejó
que al verte mis ojos,
de mi cansado cuerpo, arrancó este
suspiro.
Y mezclado entre las hojas,
sobre mí, me alzo para luego caer
prendido,
como el suave cabello que importuna
tu rostro,
ruégale al viento, que lo mantenga
en alto,
para que no mancille tu hermoso
rostro de blanco alabastro
*Siento los pulsos de primaveras
renovadas,
sensaciones dormidas,
savia joven que a mi corazón
retorna.
Ya no es olivo mi cuerpo retorcido,
junco verde, flexible que a los
impulsos de tu aliento,
dejo en su libre albedrío.
…¡Que tardas amor!
-Ligero el viento me trae, de los
confines de la tierra,
donde los inviernos son largos, de
cortas primaveras.
Viajando en el sueño, atravesando
valles y montañas,
prendido entre los árboles,
en el canto de los pájaros
entretenido.
Amor.
Adormeciendo los días, apresurando
la partida,
como heraldo, va por delante mi
aliento,
que invade tu cuerpo,
Haciéndolo danzar en armonía
cual junco.
Y en gracia convierte mi impetuoso
aliento
en tibios labios sedientos, que te
rozan y en ese breve acto,
en mil mariposas se deshacen.
*Ven dejemos estas orillas
Apartémonos, del silencio cómplice
de la gente.
Que mil sonidos contienen la noche,
para los que saben escucharla.
No traigas luces, que de estrellas
esta sobrada,
que la luna por un breve momento no
salga,
para evitar las miradas no deseadas
sin que sorprendan,
esta deliciosa huida del amado con
la amada
Y partamos
- Ven amor, que mi cuerpo descansa
apoyado
en el tilo, el agua fresca del
arrollo, adormece
mi sentidos, en su murmullo
constante, tu voz
he sentido.
La luz tornasolada del atardecer, me
devuelve tu imagen
en mil tonos, sobre las gotas
almibaradas del temprano rocío
despertando los aromas, embriagando
los sentidos
Y no te he visto, pero esta hoja en
mi pecho delata que te he
conocido, en otra época.
En ese futuro que el destino nos
tiene
prometido
* No, desfallezcas, no arranques de
tu pecho mi beso
en hoja convertido, que es amor, y
aquí te espero
En la plaza del olvido, junto a la
fuente, hendida mi mano
en su espejo, acariciando a si tu
rostro.
Contando los minutos, en gotas me
bebo el tiempo,
ansiando tu llegada
-Coge mi mano, amor que la espera ha
terminado
El polvo del camino en los arroyos he
dejado,
mi cansancio, entre los árboles como
un viejo traje
colgado.
Coge mi mano amor y partamos,
Por el viejo sendero de las flores
Por el eterno camino de los
enamorados….
Epi
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