martes, 3 de diciembre de 2013

“Pequeño relato para un poema a dos voces”



                                                 
Papeles y más papeles, de todos los tamaños de todos los colores, hechos bolitas arrugados, unos, otros con grasa, los más, de esos que te dan en la canecería. Notas pensamientos, ideas sueltas. Pena daba verlo, desmadejado, espantapájaros remendado. Solo, las más de las veces, y las pocas que se le veía con alguien, los chismosos siempre sentenciaban “de dudosa catadura”. Poco se sabía de él, que un día bajo del viejo autobús de línea, suponiendo que llegaba de la capital, que era poco suponer, pues entre el pueblo y la capital había unas siete paradas y de cada una llegaban al menos un autobús de otros lugares. Sus documentos estaban en regla, que ya se encargo el municipal del consistorio en requerir su carné, por eso sabían que se llamaba Juan Alba Heredia, pero él siempre se presentaba como Alba, no por que no le gustase Heredia o Juan, que denotaban su ascendencia gitana.
No, a él le gustaba Alba, le sonaba a fresco, a renovarse cada día, decía que era lo mejor de la vida. La despedida de la oscura noche, el calorcito tímido a primera hora y el despertar de todas las cosas, siempre tan optimista. Le gustaba por la mañana ver a los niños, ir corriendo y jugando para la escuela del pueblo, siempre tan alegres, con tanta vitalidad. Solían pararse a escuchar su saludo, y alguna historia de esas que les gustaban a ellos, llenas de fantasía, algunas de miedo y siempre seres mágicos que vivían en la espesura del bosque o al calor de las chimeneas de sus casas. Luego salían corriendo, cuando el maestro les daba la voz, mientras le hacia un guiño para que luego se pasara por la escuela, cuando esta había terminado.
Pedro el maestro, tenía por costumbre tomarse un vino, al terminar  la jornada, y desde que estaba Alba, le había cogido el gustillo por su compañía y charlaban largas horas, sobre el campo, las gentes y otras cosas que el vino hace decir a las almas, que en estado sereno serian incapaces de soltar tanto lastre.
Pedro tuvo un romance con una mujer del pueblo, María. Marchaban las tardes a pasear por los lindes del bosque, a María le hacia bien, cuando nadie los miraba se besaban con urgencia, y si nadie les seguía el le pasaba el brazo por el hombro y ella se cogía a su cintura y sin decir nada más, sin cruzar palabra, levantaban el mirar hacía el horizonte que las tardes eran en esa época auténticos cuadros campestres. Que ni el mismísimo Díos los pudo crear mejor. De vez en cuando cruzaban sus miradas y  ella se ruborizaba, como una colegiala. Ni la más hermosa de las rosas con su belleza se podía igualar, o al menos esto es lo que sentía Pedro cada vez que la miraba.

La mala fortuna, el destino o llámenlo como quieran. Una mala noche entre estertores, hizo que María no volviese a despertar, anclando a Pedro en la sordidez de su existencia, auto condenándose a vivir el resto de sus días en ese pequeño pueblo, sin más ilusiones que sus clases, el vino y ahora la compañía de ese personaje. Con el que, se podía permitir sacar de su interior todo ese dolor acumulado y encontrar en el amigo, la paciencia y la comprensión necesarias, para seguir un día más, en este mundo vacuo y desprovisto, de la fuerza y el estimulo necesarios para romper la monotonía, y así  tener al menos la esperanza, que justificara su existir.

                                                          
                                              

 Alba se limitaba a escuchar, en principio, mientras golosamente paladeaba ese rico vino que el bueno de Pedro le obsequiaba por escuchar sus cuitas. El respondía siempre lo mismo. Pedro, el mundo es más grande de lo que tú piensas y la vida aun que te duela, no acaba aquí. Ya se que María lo era todo, pero seguro que estaría encantada de que siguieras viviendo, conociendo gente, haciendo realidad vuestros planes. Desgranados en esos paseos vespertinos, alejados de las miradas insidiosas de los chismosos del pueblo. Seguro que le gustaría que tuvieses otra mujer, hijos en fin que vuelvas amar.
Pero ya Pedro andaba en otros mundos, en otras compañías, sentía como el sol calentaba su rostro, he imaginaba que andaba con María por la ribera del río, cogidos de la mano para despedir al día.
Ya sabía Alba, que a estas alturas de la conversación y el tomar copa tras copa, sumían a Pedro en su mundo particular. Es cuando él bajaba la voz hasta enmudecer y muy sigilosamente, se marchaba sin hacer ruido, llevando en el bolsillo de su desgastada chaqueta, el resto de vino que quedaba en la botella.

                                                          

Uno de esos días, no pregunten, que yo no sabría decirles. Como les decía, la mañana apareció envuelta en brumas, el sol a duras penas iluminaba y a duras penas calentaba. Alba tiritaba de frió, el café de Lucio aun no había abierto, y Alba tenia la urgencia de calentarse el estomago, como era habitual en él, con un caragillo de anís acompañado de un cigarro y de las crónicas del pueblo que el siempre charlatán de Lucio le gustaba adornar, como  juglar de esta corte venida a menos.
Ocurrió que se encontró con Julia, la mujer del alcalde, no era guapa como suele decirse, tenía un atractivo especial cuando miraba, un hablar tranquilo y suave, que hacían de la conversación más baladí, un deleite para cualquier oído. Alba, dejaba lo que estuviera haciendo y se apresuraba para coger, ceremoniosamente su carga y la acompañaba, dejándola siempre en la puerta de de casa, sin atreverse a franquearla, o a la salida del pueblo, donde ya alguna mujer la esperaba, para seguir juntas, el camino, el se despedía sin levantar la mirada que le delataba, y atropelladamente volvía a lo que estaba haciendo, pensando que de esta forma, podía en lo posible, mitigar, los falsos rumores, que esta sana actitud, pudiera perjudicar, a su honor. Pues la gente ociosa, parece estar en lo suyo, cuando realmente anda mirando la paja en ojo ajeno, sin ver la viga de desvergüenza y podredumbre que ciega y ensucia sus anodinas vidas.

Se enamoro el primer día que la vio cruzar la plaza, sin saber quien era, como si la luz de pronto brillase, por su sola presencia. Desde entonces, desde ese día decidió quedarse en el pueblo, sobrevivía a base de hacer favores, trabajos en el campo, unas veces segando, otras limpiando sarmientos de alguna viña y siempre arreglando cualquier contratiempo en la casa de quien lo solicitara, ya fuera un atasco, arreglar un granero o simplemente encalar la fachada. Solo una vez tuvo ocasión de hablar con ella, sin que nada ni nadie perturbara ese momento mágico. Cuando ella no miraba, el iba de sus ojos a su pelo, le encantaba el gesto que dejaba en algunas expresiones, y el volar tranquilo de sus manos, para explicar esto o aquello. Agachaba la cabeza y aspiraba el suave perfume, del tilo que ella, siempre llevaba prendido de sus ropas, a su lado se sentía inmortal como Sigfrido.

                                                        
         


La vida de Julia, era como otra historia más. En las zonas rurales aun quedaba el planificar las bodas, esa fea costumbre de mangonear la vida de una hija, en pos de un futuro y una felicidad incierta, para ella. Cuando en el fondo lo que se buscaba simple y llanamente, mejorar el status social y económico de los progenitores. Unos por aparentar y sumar hacienda y los más por salir de la miseria, y levantar con falso orgullo la cabeza. Cuestiones mercantiles, en detrimento de un ser, dudosamente querido. Ricardo, provenía de una familia de  grandes extensiones de viñedos, ganado vacuno y un molino propio, que con el tiempo había visto menguar su fortuna, por la vida disoluta del abuelo, que no pasaba una tarde sin festejos, las noches con cartas y los fines de semana en la capital con una joven amancebada, que le sacaba todo lo que podía y más, por los servicios prestados, caro le salía a la familia, el canto del cisne. Pero que se podía hacer, era dueño y señor de toda la hacienda y en aquellos tiempos ya se sabe…

Consiguió el padre de Ricardo, remontar algo su fortuna, de lo que pudo salvar, mando al muchacho a estudiar fuera.  Y con el tiempo, la necesidad de sus vecinos y el dinero que fue dejando, consiguió que su hijo llegara a Alcalde en unas elecciones, en las que solo fueron candidatos Ricardo y dos comparsas más, que se retiraron a medio camino, no sin antes pactar el precio de su suicidio político, dejando vía libre al único aspirante al cargo. Fue entonces cuando conoció a Julia, tendría unos 20 años y se encapricho de ella, que en esto de los enamoramientos, para ciertas personas, siempre queda en tela de juicio. Al padre de Ricardo no le pareció mal, daba lustre a la persona del Alcalde y como una mercancía más trato con los padres de esta.

Poderoso caballero, es don dinero, sin pena ni gloria, paso a ser esposa del Señor Alcalde, y no hablamos de los padres, por que Julia prefiere pasar esa pagina triste de su vida, que le condeno a esta otra. Con más lujo, sin precariedades ni miserias. Pero sin amor, como flor que pierde el olor, hermosa ¡sí!, pero sin esencia. Hasta que llego una mañana, ese forastero. Cambiándolo todo en su monótono existir.

Esa mañana como decíamos. Disculpen que me desvíe del tema, que le doy a la hebra y acabo como las comadres, divagando en dimes y diretes. Acompaño nuestro Alba a la señora Julia, que quedo días atrás para entregar unas muestras de encajes, de un vestido nuevo, con el que tenía el dudoso honor de asistir a una gala benéfica para los niños del orfanato de San Rafael, donde como era habitual, comerían y beberían hasta hartarse y cerrarían algunos negocios, con pingues beneficios para los cuatro afortunados de marras. Pues bien, en un susurro, le dijo:
- esta noche como hemos quedado, tu me estarás esperando a la entrada de Sarra, no te dejes ver, pasamos la noche en la casa que hay cerca del puente y mañana por separado subimos al autobús.
El asintió con la mirada, y se despidió en voz alta -¡Si no manda nada más, Señora Julia, me vuelvo a mis quehaceres! ella le dio una propina, como venia siendo habitual, por el servicio prestado, y el marcho como loco, pero no a trabajar, compro vino y se planto frente a la puerta de la escuela, hasta que Pedro le dijera que podía pasar.


Hermoso amanecer, Pedro iba con una sonrisa nueva, había preparado la maleta, puesto su mejor traje y espero a que los niños llenaran la mañana con su sinfonía de voces.
Hoy no habrá clase, ni mañana, el lunes mandan un maestro nuevo de la capital, yo marcho, que ya nada me ata en este sitio, pero antes quería despedirme de lo único que merece la pena y esos sois vosotros, he encargado a Lucio chocolate y churros que nos lo traerá a la escuela y luego marchare.
Entre algarabía de sonidos alegres, entre juegos, algún que otro llanto, despidieron los niños a su maestro. En el suelo de la plaza un remolinar de hojas secas, traían escritos estos versos, el agua de la fuente, espejo de los que mirar saben, un camino de flores y dos enamorados, ¿Quiénes? cualquiera sabe. Pedro marchaba tranquilo, alegre, se marcho su amigo, ahora el sería el siguiente que el autobús de la vida esperaba y solo salía al Alba…
                                                          

*De mirar tranquilo, son tus ojos en la clara mañana,
el viento en su constancia de viajero,
tu nombre susurra, y a mi me basta.                                  
Inmensidad, en revuelo de hojas secas,
que hasta la plaza llegan, en  rodar continuo,
sin prisas, 

Como manantial sereno,
leve desorden, que provoca la lluvia en su caer, 
hace saltar en mil pedazos,  el espejo que  tú rostro refleja,
agua fresca, vida que se  renueva, para luego recomponer sin falta.

-Si por azar, amor el destino, en su continuo rodar,
en la plaza de tu vida me dejó
que al verte mis ojos,
de mi cansado cuerpo, arrancó este suspiro.
Y mezclado entre las hojas,
sobre mí, me alzo para luego caer prendido,
como el suave cabello que importuna tu rostro,
ruégale al viento, que lo mantenga en alto,
para que no mancille tu hermoso rostro de blanco alabastro

*Siento los pulsos de primaveras renovadas,
sensaciones dormidas, 
savia joven que a mi corazón retorna.
Ya no es olivo mi cuerpo retorcido,
junco verde, flexible que a los impulsos de tu aliento,
dejo en su libre albedrío.
…¡Que tardas amor!

-Ligero el viento me trae, de los confines de la tierra,
donde los inviernos son largos, de cortas primaveras.
Viajando en el sueño, atravesando valles y montañas,
prendido entre los árboles,
en el canto de los pájaros entretenido.
Amor.
Adormeciendo los días, apresurando la partida,
como heraldo, va por delante mi aliento,
que invade tu cuerpo,
Haciéndolo danzar en armonía
cual  junco.

Y en gracia convierte mi impetuoso aliento
en tibios labios sedientos, que te rozan y en ese breve acto,
en mil mariposas se deshacen.

*Ven dejemos estas orillas
Apartémonos, del silencio cómplice de la gente.
Que mil sonidos contienen la noche, para los que saben escucharla.

No traigas luces, que de estrellas esta sobrada,
que la luna por un breve momento no salga,
para evitar las miradas no deseadas
sin que  sorprendan,
esta deliciosa huida del amado con la amada
Y partamos

- Ven amor, que mi cuerpo descansa apoyado
en el tilo, el agua fresca del arrollo, adormece
mi sentidos, en su murmullo constante, tu voz
he sentido.

La luz tornasolada del atardecer, me devuelve tu imagen
en mil tonos, sobre las gotas almibaradas del temprano rocío
despertando los aromas, embriagando los sentidos

Y no te he visto, pero esta hoja en mi pecho delata que te he
conocido, en otra época.
En ese futuro que el destino nos tiene
prometido

* No, desfallezcas, no arranques de tu pecho mi beso
en hoja convertido, que es amor, y aquí te espero
En la plaza del olvido, junto a la fuente, hendida mi mano
en su espejo, acariciando a si tu rostro.
Contando los minutos, en gotas me bebo el tiempo,
ansiando tu llegada

-Coge mi mano, amor que la espera ha terminado
El polvo del camino en los arroyos he dejado,
mi cansancio, entre los árboles como un viejo traje
colgado.

Coge mi mano amor y partamos,
Por el viejo sendero de las flores
Por el eterno camino de los enamorados….
                                                                                              Epi

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