Dejo su trabajo, su
monótona existencia y marcho como un poseso tras ella, nunca antes nadie le
había echo vibrar de esa manera, nadie en una sonrisa había conseguido desnudar
su alma. Siempre había estado ahí, aun no sabe como, no se dio cuenta de su
presencia, hasta ese día que ella venia de la compra. Era una mañana suave de
esas que el otoño guarda, cuando quiere truncar vidas para hacerlas brevemente
más felices, una blusa sencilla, un pantalón ancho de lino, el pelo castaño y
suave, el flequillo que rebelde le tapaba un ojo y parte de la mejilla y que
ella graciosamente apartaba, unas sandalias de cuero, contenían la más bella
obra esculpida en mármol que imaginarse pudiera. Y unas manos pequeñas pero fuertes,
salpicadas de unas pocas pecas. Una vez escucho a alguien decir “que cuando
amas, no ves la posible fealdad en el ser amado” pero este no era el caso, ella
por si sola era bella, la amara o no. No como esas bellezas que mueren con el
tiempo. Sino la belleza que da ser simplemente atractiva, con momentos de
esplendor insuperables, esa belleza que al igual que el buen vino, mejora con
el paso del tiempo, dejando en la persona, una impronta, un dédalo de
impresiones, laberinto de emociones, unos ojos vivos a pesar de los años, una
coquetería que siempre la acompaña. En fin, que les puedo contar que ustedes no
sepan.
*
Fue una tarde, el volvía
del trabajo, ella se encontraba sentada en el escalón de la entrada, vestida de
fiesta, los ojos arrasados por las lagrimas, el no le pregunto que le pasaba.
Tan solo, que estaba muy guapa con ese vestido y si esa noche estaría en las
fiestas del pueblo. Ella le miro con carita de abandonada, una pequeña mueca a
modo de sonrisa, dieron rienda suelta a su boca y lentamente fue cortejándola y
lentamente se dejo cortejar.
Los ojos se le llenaron
de luz, de flores frescas su boca. El entro en casa y le pedio que le esperara,
se cambio de ropa y marcharon juntos a la fiesta. Esa tarde noche actuaba una
cantante de fados. La mezcla melancólica de las canciones, el vino que despacio
les fue soltando y ese bailar lento sin interrupciones, les sorprendió la
madrugada. De vuelta a casa la urgencia de las caricias les precipito al campo
de batalla, enmarañados entre las sabanas. La luna que pasaba, se descolgó del
cielo, posándose en su ventana. Tiempo hacía que no encontrara en su eterno
rodar, tanta pasión, tanto amor entre dos seres, sabía la Luna que ayer casi ni se
conocían, y hoy parecía que llevaran toda una vida juntos.
Bacanal de sentimientos,
mezclados sabiamente con caricias, despacio pero sin pausa se fueron devorando.
De la horizontalidad de su boca a su verticalidad, deteniéndose en sus pequeños
montes, sorbiendo la vaguada de su vientre, hasta llegar a su valle, boca como
vara de zahorí, buscando ávidamente la humedad salada que en ella se esconde.
Erizando su piel de mil sensaciones, amalgama de caricias y besos, hasta que el
cansancio los fue venciendo y el placer, lentamente se fue retirando, sumiendo
en un profundo sueño a los amantes.
*
Se despertó tarde, vio
que el otro lado de la cama estaba vació,
percibiendo el dulce olor a mar, que emanaba de las sabanas aun tibias,
que su ausencia había dejado para la ensoñación. El corazón se fue acelerando,
negándose la realidad que su cordura dictaba, ella se había marchado. Presuroso
se puso sus ropas y saliendo a la calle pregunto por ella, pero nadie pudo
darle razón, no la conocían, nunca antes la habían visto. La anciana Flor que
vivía dos puertas más abajo, lo miro con candor, con ese mirar nebuloso que va
minando despacio, la claridad de las cosas, difuminando todo lo que se
encuentra demasiado cerca, pero con una visión de conjunto y en la lejanía
sorprendente. Flor le tendió en la mano un pañuelo de gasa suave y ligero, de
sus puntas colgaban pequeñas aguamarinas, como los ojos de ella, que aun
cansados, denotaban la claridad y belleza de tiempos pasados. Él le dio las
gracias y ella beso su rostro. -Pobriño mío suspiro Flor cuando este se
marchaba.
*
Fue cuestión de tiempo y
paciencia, tiempo que se derrama como cascada, cascada de silencio que
lentamente, se desgrana en palabras.
Palabras cortas, suaves sin aristas, en tono monocorde, que de forma pausada
van modulándose en su interior. Esa voz que viene de lejos, en tono bajo, como
ulular de un viento lejano, dejando atrás la tormenta, la vida gris que hasta
entonces ha comandado su existencia. Ahora no tiene prisa, el sol de la mañana
caldea suavemente sus viejos huesos, sus músculos perezosamente se estiran,
volviendo a tener el control de todo su ser. Con la mirada perdida en el vasto
mar, la memoria viaja independiente, sin timón a la deriva, sin intención de
poner orden en sus recuerdos, piensa que un poco de anarquía le sentará bien.
Acaricia entre los dedos
el pañuelo que ella dejara, en casa de la vieja Flor, aun huele a mar, a
manzanas verdes, con algún resto de cabello entre sus aguamarinas. El aire empezaba
a remolinarse, trayendo en volandas una hoja de periódico, donde relataba el
suceso de una embarcación que participo hace años en la ofrenda floral que los
marineros hacían al mar, arrojando pequeños ramos en memoria de los que no
volvieron jamás. Contaba la historia de un padre anciano y de su hija que en
una pequeña embarcación participaron ese año, con la desgracia de no regresar a
puerto, y nunca fueron encontrados. Vio la foto de ella y lloro desconsolado,
nunca lo abandono, fue la mar quien se la quito. Despacio se puso de pie, se
fue desvistiendo hasta quedarse desnudo, amarro fuerte el pañuelo a su cuello y
sin mirar atrás, fue nadando mar adentro
en busca de su amor. La mar caprichosa, una ola lanzo contra la orilla borrando
las huellas de él.
¿Cantos de Sirena…?
¿Cantos de amor?
* * *
Desde el finĭbus
térrea, vengo buscando tu rostro
acariciando tu voz sonora, que me atrapa.
*
Pregunto y
nadie sabe darme respuestas
Ser Ulises, ser Odiseo, sin amarras
No quiero ser argonauta, de sordera premeditada
por que añoro tu canto de Sirena,
que hace saltar mi cuerpo en las profundidades
heladas
respirar bajo las aguas, recorrer tus cordilleras
y ver si entre el coral te hallas.
*
Que dulce ponzoña, ¡no quiero remedio ni cura!
tan solo la dulce quimera de tu amor, me sana
que de vivir sin ti… Ligeia, no encontrare igual,
que entre sus brazos me retenga.
*
Oírte y renacer todo es uno
No quiero Orfeos que me distraigan
ni consejos de Circes que tu voz apagan
*
No pido ser salvado en la tierra
cuando en el mar te hallas
Al mar pido, que no me devuelva
que dormir en sus profundidades deseo
hasta que tú, por mi lado pases
y tu canto como un bálsamo, me reclame
*
Ya no quiero andar entre los hombres
no quiero esta vida seca, que la luz delata.
Sólo el mar de tu mirada… aguamarina
y recobrar la paz que la ausencia de tu canto me
arrebata
*
Y si no puede ser así… cuando muera
que echen mi cuerpo al agua…
que mi alma no puede estar varada
en ninguna playa…
*
Ligeia, canta, que no he de perder la esperanza
de encontrarte amor
… dormida
entre las algas
Epi
Epi
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