Ya se que no
soy nada tuyo, que el tiempo nos fue distanciando. Pero reconoce que tuvo la
elegancia, de que ninguno de los dos, nos diésemos cuenta. Que los días fueron,
unos felices, otros no tanto, y es lo que tiene el tiempo, esa convivencia tan
siamesa, correr juntos a los juegos de la infancia, juntos a los juegos
prohibidos. El tiempo que todo nos lo dio, nuestra urgencia, mezclada con el
deseo, se fue bebiendo a tragos largos la vida. Mirábamos nuestros rostros
felices en los rostros de nuestros amigos, la fuerza de los primeros años, las
escapadas, esa camaderia que nos hacia llegar a todas partes, sin conocer el
cansancio, la pena o la tristeza. Nosotros que en nuestros albores, desconocíamos
las desgracias, las miserias de los que llegaron antes.
Pensábamos
que, nada nos podía destruir, que seriamos eternos, nosotros que descubrimos el
amor después de que otros lo olvidaran. Que lejos estábamos de la fealdad que
se nos avecinaba. Celebrando cada
instante como si fuera el último, cuan Narcisos éramos, sin sospechar la
brevedad de los días prestados. Para nosotros los amaneceres, unas veces solos
y otras dulcemente acompañados, las cortas noches del estío, nos dejaba
preparado el hermoso manto de las frías noches de ese otoño prometedor,
sentados frente a la gran chimenea, mientras el viento en invierno impasible,
nos susurraba, que tan solo estábamos de paso. Cantos de sirena para nuestros oídos
sordos, quimeras nos decíamos con la mirada cómplice de los amantes. No queríamos
saber, que ya los primeros brotes anunciaban una nueva primavera, explosión de
sensaciones, derroche de luces y hermosos contrastes. Y de pronto, los
manantiales dejaron de fluir, las flores ya no nos decían nada, incapaces de
ver sus vivos colores, incapaces de dejarnos envolver por su fragancia,
lentamente, sin saber como, dejamos de ver los rostros, que nos aseguraran, en
ese lejano pasado, tan cercano a la vez, nuestra felicidad, el dolor de la
ausencia provocada por algunos de ellos. Todo se fue convirtiendo en gris y en frío,
las noches nebulosas, ya solo viéndonos los pies, cansados de arrastra el
declive que no quisimos ver. Y tú te fuiste también, pálido reflejo, pedazo de
nostalgia, fogonazos breves de lo que un día fuimos, de lo que un día
compartimos. Dejamos de ser almas gemelas, con un grito aterrador el día que
nos separaron como siameses. Por un breve tiempo el canto del cisne,
conseguimos sobrevivir a duras penas con momentos de genialidad, incluso
creímos volver a amar. Entonces quemamos nuestras naves, ya sabíamos que no
volveríamos a cohabitar. ya solo y abatido, no me reconozco.
Mi piel, pergamino
viejo, atravesado de azules ramas, mis manos un día fuertes hoy deformadas,
doloridas, cansadas de amar, mi boca en un constante bisbisear, mudo de sonidos y estos ojos cansados, con una niebla
permanente. Solo me hallo sin tu presencia, por que el tiempo envidioso te
aparto de mí.
Y algunas noches frente a la chimenea, entre las pavesas que
suben alegres, te veo reflejada…
mi amada juventud y te lloro cuando nadie me ve
Epi
Epi
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