jueves, 21 de noviembre de 2013

El nuevo cristo de Lavapies


                                                           
   ¡Y, yo no creo!   
*Arreos (por muletas)

¡Y, yo no creo!
Y lo grito bien alto, y solo los perros y los locos
vuelven  la cabeza.
Pero es la costumbre, que el resto hace tiempo que
dejo de escuchar mis quejas

Y salgo a la calle,
sobre mis hombros a modo de capa
una negra chaqueta,
como negra es la ciudad,
transeúnte perdido, en mi propia tierra.
Tierra que cerró los ojos para no verme llegar
Con la misma moneda, le he de pagar
¡Y pago!
                                  

Y salgo con la tranquilidad, que es urgencia
mal disimulada, en busca de ese aire que me falta
sin saber donde mis pasos me llevan
Porque yo, aunque no lo crean… ¡yo, no creo!

Yo, que me considero humildemente.
Hijo de Caín
Hermano de judas
Yo que sueño con la Magdalena
como digo, salgo a la calle sin sentido

Mis pasos me llevan a la pequeña plaza
de Lavapies.
Pequeña urbe de cosmopolitas desahuciados,
en sus esquinas, hallo sus vidas varadas
por una incomprensible marea negra
de decisiones equivocadas,
de sueños frustrados y proyectos
fracasados

Nuevos y viejos pretorianos la custodian
para prevenir monodosis de sueños olvidados
para prevenir que el brillo de las hojas aceradas,
tiñan de rojo sus aceras

Por lo demás, observan como se beben  sedientos
Hasta la enajenación.
Consumiendo los últimos vestigios
de sus vidas, mal logradas.
Moderna babel, que obviando las lenguas, ha conseguido
florecer, rompiendo con los gestos su antigua condena,
los suficientes como para hacerse entender

                                                             ¡Y, yo no creo!

Mi cansado deambular me lleva a su graciosamente
llamado, Paseo Marítimo, ingenio de algún marinero
viejo, que cambio su mar por asfalto, o simplemente
arto de ser llevado y empujado por esa marea humana
que no se interesa por nada.
Como las olas que van llegando,
en monótono subsistir,
arañando la orilla para luego no volver
jamás.
                                              
Nervioso miro hacia atrás
que me parece escuchar, el  arrastrar
de un madero… pero nada veo.
Acelero el paso, pero ni el bullicio de las lenguas
ni la músicas diversas, me ayudan.
Como el perro y el loco, persistiendo en mi memoria
ese ruido de arrastre,
sencillo, esforzado y doloroso…
Sonido del madero
                                  
 No quiero esa cruz sencilla, simple y sin ornamentos
Cruz que el poeta cantara,
Y la escasa brisa me trae su nombre
León Felipe

Y yo me niego a ser el carpintero
“Ni aunque sus brazos en abrazo hacía la tierra,
Ni su astil disparándose a los cielos”
                                  
                                               ¡Yo no, la quiero!

Cansado de huir, en un banco me siento
para dejar de oír ese triste lamento
y al hacerlo, lo veo
                                  

Al que llaman Nazareno, convertido en el
nuevo Cristo de Lavapies.
Devuelto por el padre.
Con la  tez macilenta, pómulos reventados
delgado, con la melena sobre los hombros
y enjuta  barba, de hundida mirada
Para no ver.
Que ya el verbo se hizo carne
                                   …¿Y donde el Hombre?

Sin el sencillo madero, con una pierna menos
que el espectáculo de la resurrección, no andaba muy
logrado, sus manos callosas, no son de clavo
si no de arreos, donde torpe y cansado balancea su cuerpo

Mientras, en su recuerdos…

El, que dio a manos llenas
Él, que amo a corazón abierto
El que igualo y dignifico
en un alarde de sencillez a la mujer
en contra de todos
                                  
¡El! …

 Es aquel, quien multiplico su hacienda para luego
compartirla con todos
Aquel, que fue, una vez abandonado por el padre
vuelve de nuevo,
a ser arrojado de su lado
entregado a los lobos,
                                        ¡A vosotros, que si creéis!

De mesa en mesa anda
algo decepcionado, pidiendo en derecho
solo uno poco, en tu nombre
y todo le es negado

Se siente nuevamente violentado
y para en una mesa y sin orgullo
ni arrogancia, pide para comer
                                  
Que su mirar cansado se posa sobre unas viandas
y aquel patricio, que siente miedo, como sin querer
deposita sobre su mano una moneda distraída
volviendo la vista, sin esperar su agradecimiento
para no llorar en conciencia… por que él si cree

                                   ¡Y, yo no creo!

¡Malditos! sí, vosotros los que si creéis
¡Malditos, que no tuvisteis reparos en
Colgarle semejante carga!
¡Malditos, una y dos mil veces!

Fariseos que iniciáis el discurso, antes de dar
limosna.
Que necesitáis la atención y la aprobación,
 para redimir públicamente vuestras culpas

                                   ¡Y, yo no creo!



Retira su mano temblorosa y sucia
y al cerrarla, sobre la moneda, un lagrima perdida
limpia, esa injuria

Que tú conciencia te lo pague, entre susurros dice,
y marcha
Con la cabeza gacha
El orgullo herido.

Maldiciendo al padre,
que como cobarde por segunda vez
lo ha vendido

                                                 ¡Y, yo no creo, ni lloro!
                                                   Que ya tengo el corazón endurecido…

En una esquina se para a contar las monedas
de unos pocos conmovidos.

Para comprar tengo
Vino para mitigar e inútil dolor de esta corona de espinas
Polvo de ángel, que irónico,
breve regreso
a su paraíso prometido

Y lo veo marchar,
cruzamos nuestras miradas

                                   … ¡Y le grito!

¡Que tú eres el Cristo!
Y, yo, tan solo…

Hijo de Caín
Hermano de judas
Y de magdalena amado

Recuerda, ¡que yo, no creo!
Recuerda que por nosotros
ellos han decidido.

Yo, soy el herido
Tú el envilecido
Yo el amor dirimido
Tu, solo tú el gran vencido

  Y es la última vez que os lo digo

                                   ¡Yo, no creo!
Pero vosotros, que en su nombre, guerras habéis
liderado,
 pueblos enteros desaparecidos.

Vosotros los que si habéis, creído

Que gran feo, le habéis echo al nazareno.
A ese triste y mutilado cristo de Lavapies

Despertaros de una vez, coged su carga
que bastante la ha llevado

Porque por una vez
Ni judas, ni magdalena
Ni el mismísimo Caín
Lo han injuriado….
                             ¡Yo, no!

Pero me marcho abochornado, porque
sin creer en él,

 Yo, también,  lo he abandonado…
                                                             Epi
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