martes, 19 de noviembre de 2013

Pequeña historia sobre el año nuevo o Balada de Aion y Noelia




                                



                                 Pequeña historia sobre el año nuevo o Balada de Aion y Noelia
Siempre le había gustado andar solo, perderse en los bosques donde nadie lo encontrara, y no es que hiciera gran cosa, pero se sentía a gusto con el todo. Ese todo que era la naturaleza, de la que nunca el hombre debería de haberse apartado. Salía temprano, con una raquitica mochila, en su interior, una navaja, un poco de pan, algo de queso y alguna pieza de fruta, o de higos secos, eso sí, sin olvidar nunca la pequeña cantimplora, no con agua si no con un vino rojo espeso. Porque, un día en el campo sin su vino, era como ir sin sustancia gris en el cerebro, y a él una vez que paraba le gustaba platicar consigo mismo y brindarle a la vida ese pequeño sorbo, que recibía generoso de ella.
En el pueblo lo trataban de huraño, que era cabal y justo lo sabían, pero algo en él no terminaba de convencerles y a nuestro amigo en particular le traía sin cuidado. Rozaba una edad, en el que los cumplidos y la desvergüenza pasaban a ser gestionados, según el humor de ese día y según claro, con el grado de amistad o conocimiento que tenía sobre quien el deseaba dejándose, amonestar cariñosamente por este.

Las críticas le resbalaban, siempre decía que es de gente ociosa, por ser elegante. Que si le cogía ese día con el humor agrio, le espetaba al primero que se le pusiera por medio. Si es que su vida era tan anodina, o ¡en su casa ya no contaba para nada!, que tenia que solazarse y buscar el sentido de su vida en los problemas de la ajena. En fin todo un extenso repertorio,  de cosecha propia. Compadecía a estos gañanes y gañanas, en los que él único merito de su existencia se basaba en haber sobrevivido a la cuarentena después de sus mal nacidas vidas.
                                                                

Ese día era especial, en su raquítica mochila, aparte de lo habitual llevaba una pequeña manta, que cosiera en retales una vieja conocida de este. En los que se podían encontrar dibujos de flores, frutas hojas de roble y un sin fin de temas silvestres. En una de las esquinas un nombre “Aion”.
 Se caló un viejo sombrero, cogido su  báculo y con un cigarro en la comisura de los labios, dio dos vueltas de llave a la cerradura de su casa y marcho tranquilamente, atravesando el pueblo. No volvió la mirada ni se despidió de nadie.
La mañana se presentaba fresca y soleada, el cielo límpido, los regatos de agua saltarines después de las últimas lluvias, olía a tierra mojada paso por el puente de piedra, dejando atrás parte de su memoria, con la intención de no volver jamás.
Iba sin prisa, que eso ya lo dejo hace tiempo para la gente nueva, paraba sin pretexto alguno, sentándose en la primera piedra que se le presentara en el camino,  miraba como trascurría la jornada, mientras escuchaba las doce en el reloj de la iglesia, que campanada a campanada, desgranaba con desgana el correr del día.
 -ya queda menos, pensó, y su corazón se hinchó de esperanza. Marchaba a una cita y quería llegar, con la alegría que mantienen las viejas promesas. Su cita como el resto de sus andanzas, eran un secreto guardado a la curiosidad de los hombres, pero un libro abierto sobre los extenso valles, llevado de árbol en árbol por la brisa, suave unas veces y otras por la urgencia salvaje de los  vendavales.
Después de descansar y de escrutar el horizonte, como si de las páginas de un libro se tratara, echaba mano a su cantimplora de vino, la levantaba al unísono, y brindaba por el feliz reencuentro con su ser natural, con su madre naturaleza y sus hermanos, todos los animales, los árboles y ríos.
La tarde iba cayendo, el sol lento se despedía. Ya el lucero aparecía sobre el horizonte, como el pestañear nervioso de un viejo cíclope, y la luna tímidamente tendía su argento manto de luz sobre los barrancales, cubriendo de plateada oscuridad los valles, para ir subiendo lenta, por las laderas, de las montañas, permitiendo al sol su lenta despedida para que los últimos animales, llegaran a sus refugios a pasar la noche y así dejar, el espacio a la vida nocturna que perezosamente se adueñaba de todos los espacios. Ya había empezado su eterno y efímero reinado, el murmullo de los moradores de la noche, el renacer de viejas costumbres, arcaicas y olvidadas, noche de solsticio lunar, fiestas paganas, como dirían los adoradores de la cruz. Seres extraños, que reivindican como posesos, la festividad que se avecinaba.
A él, estas gentes hace tiempo que le traían sin cuidado, no tenía tratos con ellos ni con sus dioses. Más de una vez lo intentaron y el siempre les decía lo mismo.
–Para amar, no hacen falta templos, para respetar no hacen falta leyes. No hay porque agradecer a esos Dioses, que su incultura y sus miedos crearan. El bien que su esfuerzo y la generosidad de la tierra, en sus mesas deposita día tras día.
Más les valía, saludar al sol cada mañana, acariciar la tierra que los sustenta, hablar con el árbol que proporciona sus casas, calienta sus hogares y les alimenta. Purificar sus cuerpos en alegres baños a la luz de la luna, en deliciosos manantiales, sentarse de vez en cuando en lo profundo de los valles y darse cuenta que todos somos uno con el todo, todos iguales, despedir, los pesares que se marchan y celebrar el nuevo año de vida renovada… unos lo conocen por Jano, otros por Junos, al resto se les ha olvidado.

Quedaba poco camino hasta llegar a la vieja choza, desde lo alto del camino viejo, hoy ya olvidado, diviso un pequeño fuego. El sonido de una dulzaina, un lechón se asaba lentamente, con el lomo dorado, una mesa de madera, un jarrón con flores silvestres en su centro, dos vasos de barro, sendos platos y un gran racimo de uvas, que el reflejo del fuego, hacia titilar, asemejándolas a un puñado de estrellas, sobre la mesa olvidadas.

Noelia, su amor, su igual, su álter-ego, ya hacia rato que lo esperaba, tranquila, sentada en el taburete, ensimismada en sus recuerdos. Con las manos enfrentadas, una frente a la otra le venían a la memoria el concepto del espacio, ese vacío que entre ellas existía y que ella con paciencia llenara. Recolectando, hierbas y flores, la sabia de viejas plantas, la miel de las abejas, con la que ungüentos, cremas y bálsamos curativos prepara. Recuerda como sanaba  los pies  cansados, de la abuela Juana, los eccemas de Miguel, que tanto la cara le afearan, como despacio y con la sabiduría que dan los años, curaba los brazos rotos, los infundados males de ojo, que tan solo existían en el pensamiento de quien los padecía, los herpes, que como serpientes hacían retorcerse de dolor a la pequeña Laura.
¡Bruja! le gritaban, pero bien que a escondidas la buscaban, cuando los galenos no tenían solución, cuando desesperados de tanto rezar, el mal les seguía y le pedían las jóvenes, hechizos y bebedizos para quedarse preñadas. Ella sabia que para eso solo tenían que desear, amar y que las amaran.

-Noelia, más suave, Noelia
Dos veces tuvo que llamarla, para que regresara de sus pensamientos, una amplia sonrisa, en su mirada cansada. Tendió sus manos, que el amorosamente besara
-Aion, que alegría verte, pero ven, siéntate, pareces algo cansado, le descargo de su mochila, aparto su báculo, y le ofreció un baso de vino. Quedó uno enfrente del otro sentados, sin decirse nada, que el tiempo ya les había enseñado. Que el silencio dice más cosas, que la cascada de sonidos, de sus bocas cansadas. Pues no había interrupciones. Las manos hablaban mientras acariciaban, los ojos escrutaban mientras se reconocían y el aire en danza constante de uno a otro iba.

Que, amaba, a esa mujer tan especial, siempre de todos apartada, solicitada a espaldas de lo establecido, nunca se quejaba. No se hartaba de mirar sus ojos, por ellos también la conocían, como, “Ojos de la Luna”. Negros, profundos, con un pequeño aro blanco que los delimitaba, y pequeñas manchas grises, que los hacían parecer como dos pequeñas lunas. La piel tersa, el cabello castaño, siempre alborotado, siempre con alguna flor, o espiga de trigos entrelazados, ni la primavera la superaba.

Cenaron en silencio, bajo el manto de estrellas, dieron gracias a la vida por todo lo que les había dado, colocaron una copa de vino a la entrada de la choza, para cuando Jano llegara, y en el silencio de la noche se amaron, se fueron deleitando, fundiéndose uno en el otro. Les quedaba el tiempo prestado y estaban cansados, vieja estirpe que se revelara contra el nuevo díos, ellos que se negaran a abandonar su mundo cuando este colérico, lo inundo, ellos que salvaron el saber antiguo de la vida, ya estaban cansados de tanta sin razón, de celebraciones, por el nacimiento del que nunca nació, aquel creado en el miedo y la ignorancia, aglutinador de voluntades, omnipotente… a ese hace tiempo que lo abandonaron, si, es que, se puede abandonar una idea o una invención tan bien tramada, que a golpes de dolor y de imposición ahora esa raza celebraba.

La mañana se presento suave, un pastor con sus hijos, apacentaba su rebaño por los alrededores del recuerdo. Los niños fueron a coger, espliego y tomillo que el padre les encargara, encontrándose sobre un manto de lirios, dos figuras abrazadas. Se sentaron en silencio mientras una dulce voz les susurraba esta balada.
                                                             
Balada,  de Aion y Noelia

No te marches amor, que la hora es dada
Coge mi mano y vallamos juntos por estos lugares
hoy abandonados.

Recolectemos la flor
Descansemos bajo el viejo roble

Deja que el espacio, de sonidos se llene
Permite que te de mi tiempo, si el tuyo no es suficiente
Surca mi pecho con tu mano grave
Recógete el pelo, que el sol dore tu cuello suave
Mientras yo descalzo tus pies, que han de hollar nuevos
caminos, deja que te acune en mi regazo

Cuéntame por donde has andado,
que mis ojos no se han saciado de verte

Deséame como yo te deseo
Que de las frías nieves, tan solo queda mi pelo entrecano
Te traigo azahar, que la primavera ha hecho brotar, para ti

Vuela sobre mí, como bandada de pájaros
Llámame con su canto
Que el jilguero en su rama, entona nuestra melodía

Ya la amapola, sonrojada por tus manos,
Se extiende por cultivos y prados

El trigo, reventando en la espiga espera el frío de la guadaña,
Mientras los hombres cantan, melodías olvidadas.
¿No los oyes?, hablan de ti, amor

Dan gracias que la cosecha fue buena
Y bromean y se ríen, mientras el vino en botas,
pasa de mano en mano, de boca en boca

Los niños recolectan frutos silvestres, las mujeres preparan la fiesta
Se acerca e final del verano

Ve a ese manantial sereno, entrégale tu cuerpo
Que el sabrá acariciarte hasta el último poro

Yo ando loco con los regatos, despeñándome por los montes
Rellenando los ríos, deslizándome tranquilo hasta la gran cascada

No te marches amor, que ya llego
que he de dejarme caer, y en pequeñas gotas humedecer tu pelo
Escurrirme por tu cuerpo hasta sentirnos uno

Que la calida brisa, seque nuestros cuerpos saciados
Que la noche llega, y ya marchan los enamorados

Por tálamo, las flores
Por manto, la noche, firmamento negro
donde se miran y un millar de titilantes lucecillas,
estrellas y planetas lejanos, repiten la ceremonia hasta
El infinito, sin prisas, sin pausas

Mientras, la luna baja la intensidad de su luz argenta
Delineando entre las sombras, nuestros cuerpos enlazados
Gran señora de las mareas, que rigen nuestros destinos
Toda la naturaleza al unísono, en bacanal constante,
desde ahora se renueva

Con savia joven, preñada de semillas nuevas que en el otoño
de nuestra existencia, ya duermen
Para que en el frío invierno, que todo endurece,
proteja las semillas de nueva vida

Ven amor, que la hora es dada,
despidamos juntos los errores,
aquello que nunca debió de existir, desechémoslo

En el fuego arde el último tronco,
De lo vivido, tan solo cojamos los fragmentos que nos unieron
Las miradas, los pequeños roces

Que no nos traicione esta breve ausencia,
pues el año es acabado
Y mañana empieza la vida

Vuelve a enfrentar tus manos
una frente a la otra, que yo daré mi tiempo
para que en ese espacio, pacientemente llenes
de cosas buenas el nuevo año.

Y si tardo no desfallezcas
Que vengo en el viento, surcando los mares
Que soy lluvia necesaria, que a ti te rejuvenece
Que ando entre las flores esparcido
En la sonrisa inocente de los niños
En el llanto desconsolado del que no se ha ausentado
en el deseo infrenable de ella, que no pudo presentarse

Adiós amor por este año
Volveré a los caminos
Preguntare a las estaciones
A los días venideros, a los enamorados
Preguntare si te han visto
Recolectando flores
Sanando corazones
Llenando el espacio, que hay entre tus manos

No desesperes y deja que llegue
Que mi corazón necesita ser abarcado por ese
Poético espacio, que en las tardes del invierno
tus manos enfrentadas, esperan por mí
El tiempo… ser llenado

De Noelia es el espacio, el amor
De Aion es el tiempo,
Lo pasado y lo que tiene que venir renovado
                                                        
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